Opinión

Europita

No voy a escribir del fallo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Hay un exceso de información y opinión al respecto. Y erradas. Muchos que celebran la sentencia no la han leído y aventuran claridades donde no se han movido las nubes. Por otra parte, jamás he sido de putas. No tengo la habilidad, y menos aún la costumbre, de tratar con el puterío. Me sucede lo mismo con un holandés, un belga o un luxemburgués. No me considero uno más entre ellos, sino un lejano observador de sus resquemores contra España. Europa es rencorosa, y todavía se irrita con nuestro pasado en Flandes, el Camino Español, el catolicismo, el respeto a los judíos, las confrontaciones con Inglaterra y Francia, el descubrimiento de América, las navegaciones por el Pacífico de Elcano y Magallanes –que navegó para España–, y todas esas minucias que tanto molestan.

A ver, que venga un belga y nos emocione narrando la Historia de ese país fragmentado que nos inventamos los españoles. Creo que fue Foxá el que dijo que los libros menos atrayentes que se han editado son la «Guía de la Aristocracia de Puerto Rico» y la Historia de Bélgica.

Curiosa Europa, que de la mano de los Estados Unidos –que gracias a los españoles consiguieron con Gálvez al frente en la batalla decisiva de Pensacola el gran paso hacia la independencia rechazando a las tropas británicas–, curiosa Europa, repito, que nos envió para participar en la Guerra Civil a sus brigadistas internaciones mientras por la espalda y a escondidas ayudaban al Ejército de Franco en su empeño –alcanzado–, de derrotar al comunismo. No son de fiar estos europeos tan solemnes, burocráticos y resentidos. Europa, y la recién salida Gran Bretaña especialmente, abominan de Blas de Lezo, gracias al cual y al heroísmo de sus hombres en Cartagena de Indias, se habla el español en los caribes. Y Hernán Cortés, al que se estudia en Europa como un asesino. Hoy, 130 millones mexicanos ponen en duda la crueldad de España en México, conquistada por el mestizaje y no por el exterminio que holandeses, ingleses y nuevos americanos culminaron con las etnias y tribus que habitaban el norte de América. La Leyenda Negra impera todavía en Europa. Y nos tratan como segundones, cuando fuimos los dueños de una gran parte de su territorio. Y para colmo, la Reconquista y la expulsión de la morería que nos invadió en el siglo IX. Lo resumió con una soleá el gran Fernando Villalón, poeta y quiromántico: «¡Islas del Guadalquivir/ donde se fueron los moros/ que no se quisieron ir!». En fin, que esos retazos de nuestra Historia que tanto nos enorgullecen a los enamorados de España, en Europa siguen fastidiando. Administrativamente, podemos ser europeos. Anímicamente, no.

De todos modos, si leen la sentencia apreciarán que la fiesta de la alegría separatista no tiene todas las esquinas amables. Y que la Justicia española, mucho más redentora con los golpistas que las naciones a las que pertenecen los jueces del TJUE, tiene en sus manos los suficientes resortes para defender su amable sentencia y mantener –siempre que Sánchez no culmine su golpe de Estado liberando a los condenados–, a los sediciosos y rebeldes en la cárcel.

El gran defecto de los españoles no es otro que su proximidad al complejo de inferioridad, cuando tendría que ser otro complejo el imperante. Suiza es también Europa, aunque no forme parte de la Unión Europea, como bien sabe Marta Rovira. «Siglos y siglos de paz, armonía, higiene, y usura. Siglos de neutralidad y seguridad del dinero de los ladrones de Europa y América. ¿Y en qué destaca Suiza? En Dürrenmatt, el reloj de cuco, la leyenda de Guillermo Tell y el chocolate que le trajimos los españoles».

¿El fallo del TJUE? Un fallo, simplemente. No una tragedia. Nos han dicho esos putos que la pelota está en nuestro tejado. Y de ahí que Sánchez siga con insomnio. Sus planes, de momento, paralizados. Pero todo tiene arreglo, aunque parezca imposible.