Opinión
Lledoners Palace
En los primeros años de la Segunda República, el sistema penitenciario español tenía una característica exótica. Las celdas de pago. Cualquier detenido por prevención o condenado por un tribunal podía acceder a estas celdas abonando cada semana el alquiler de las mismas. Eran celdas amplias, con una mesa de trabajo, una silla, un sillón y un cuarto de baño camuflado tras una mampara. En 1934, después del Golpe de Estado contra la República del Frente Popular, las celdas de pago pasaron a ser habitáculos masivos de inocentes encarcelados. Pero hay que reconocer la originalidad previa. A las celdas de pago sólo accedían los presos pudientes y adinerados. No obstante, una celda de pago de aquellos tiempos comparada con la suite de Junqueras en el Lledoners Palace era una mazmorra del Medievo.
Carmen Calvo, que sabe mucho de olivos pero poco más, exige al Tribunal Supremo que libere a Junqueras. No ha leído correctamente la sentencia, y lo que es más grave, no han sabido explicársela. Para doña Carmen la independencia de los tres poderes en un estado de Derecho no existe. Desea ver a Junqueras en la calle, y con urgencia, con el fin de facilitar el apoyo a la investidura de su Pedro. Pero me llegan noticias del Lledoners Palace no del todo tranquilizadoras para doña Carmen. Según me informan, Junqueras le ha tomado cariño a su suite, cuenta con un servicio entregado a sus demandas, le terminan de instalar una televisión con pantalla gigante, renovados los canales de pago de Movistar, y en su cuarto de baño, alicatado hasta el techo, le han cambiado los azulejos blancos e impersonales por unos preciosos con motivos soberanistas que le permiten soñar emocionado con la independencia de Cataluña mientras se afeita, se cepilla los dientes, y del resto no hablo porque me da bastante apuro. En resumen. El que no desea ser excarcelado es Junqueras, que vive mejor en su suite del Lledoners Palace que en su propia casa. Es visitado por su familia siempre que lo pide, tiene móvil y ordenador, libertad de movimientos y audiencias, escribe, y cuando se cansa, busca y rebusca en los canales digitales alguna que otra película subidita de tono, de esas que su mujer no le permite ver en casa. Para que nada le falte, más de diez funcionarios soberanistas de prisiones, se turnan a su exclusivo servicio, le lavan y planchan la ropa sin mezclarla con la del resto de los presos, y come y cena a la carta con los vinos y elixires que su organismo demande. De ahí, que haciendo un esfuerzo, le ha enviado en español un mensaje a Carmen Calvo con el siguiente contenido: «Deja ya de enredar en el Supremo y no me fastidies, mona».
El resto de los condenados por sedición viven muy bien, pero no alcanzan las comodidades que disfruta Junqueras. Forn, por ejemplo, protesta con sobrada razón por las reducidas dimensiones de su inodoro, que apenas puede soportar su peso y el diámetro de su antifonario. El Director del Hotel lo pasa mal, porque desea lo mejor para sus clientes y no cuenta con los espacios suficientes para contentar a todos. Para ello, se vería obligado a contratar a un centenar de mayordomos más, y no le da el presupuesto. La solicitud de Buch, de que la suite de Junqueras cambie cada mes de inquilino, ha sido tajantemente rechazada. Faltaría más.
Lo peor que le puede suceder a Junqueras es que lo pongan de patitas en la calle. Se vería obligado a hacerse cargo de todos los gastos que ahora no le agobian su economía, y perdería el halo del héroe encarcelado por los resortes de una España perversa. Si Carmen Calvo consigue que el Supremo decida su libertad, este hombre lo va a pasar muy mal. Saltar de la suite gratuita al viejo hogar con la niña celebrando sus cumples con las amigas del colegio y todos esos inconvenientes inevitables en las familias, es un salto hacia atrás. Como en el Lledoners Palace no va a vivir en ningún sitio. Y la Calvo, que es muy mala, busca su perdición.
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