Opinión
El día sin nada
Me tranquiliza y sosiega el 22 de diciembre. Se trata de una jornada tradicionalmente plácida. Nada sucede en España, en Europa o en el mundo que merezca ser comentado en los servicios informativos de las diferentes cadenas de televisión, ya sean públicas o privadas. Cualquier ciudadano se figura la imagen azul del globo terráqueo. Se imagina toda suerte de novedades, pero no. Nada ha ocurrido. El 22 de diciembre, para las cadenas de televisión españolas, sólo merece la pena una noticia. Que se ha celebrado el sorteo de lotería de Navidad y que en algunas ciudades o pueblos ha tocado el gordo. Más de cuarenta minutos han invertido en Antena-3 – por respeto empresarial me guío por sus informativos-, en contarnos que ha tocado el gordo en Reus, en Tarragona, en Madrid, en Alicante y en otras zonas afortunadas de España. Y las imágenes que nos han regalado, muy originales, como todos los años el 22 de diciembre. Grupos celebrando la suerte, cantando, brincando, brindando y todas esas tonterías. En España nada ha sucedido que sea digno de una somera información, y en el mundo, vaya por Dios, la misma cosa. Al final, en un alarde de rigurosidad periodística, hemos sido informados, apenas en dos minutos, que el Pisuerga se ha desbordado a su paso por Valladolid y que un árbol se ha tronchado y precipitado al suelo en una localidad de Galicia. Más de cuarenta minutos de solidaridad con grupos bebiendo sidra, o cava catalán, para entender que el temporal no ha amainado. Y en las otras cadenas, lo mismo de lo mismo. El 22 de diciembre es el día sin nada, y por lógica, las redacciones de los servicios informativos de las cadenas de televisión están obligadas a llenar el espacio programado. Y lo hacen con la única noticia importante acaecida en el mundo. La lotería de Navidad y el gordo en Reus.
No obstante, dentro de la emoción de la única noticia mundial, se escapan anécdotas dignas de gratitud y elogio. Por ejemplo, que más de un centenar de personas ha dormido al raso para ocupar un asiento en el salón donde se lleva a cabo el sorteo. Que una niña se ha trabucado al cantar un número. Que otra ha roto en sollozos de emoción cuando se ha apercibido de algo inusual en un sorteo de lotería. Que un número había sido premiado. Que un niño ha confundido el 9 con el 6, si bien la confusión ha sido efímera, y al cabo de diez segundos, lo que había creído un 6 era un 9. Ese tramo del informativo ha invertido más de tres minutos en desvelar la grandeza del entuerto. Y la madre de la niña emotiva, se ha emocionado también, lo cual no deja de ser abrumadoramente enloquecedor.
El 22 de diciembre, todo el mundo se pone de acuerdo: -Hoy no hacemos nada porque se celebra el sorteo de la lotería de Navidad en España-. Los criminales descansan, los violadores no salen a la calle, los maltratadores se camuflan, el agujero de la capa de ozono disminuye, los Trump no existen, Greta sigue sin ir al cole y Sánchez no pacta con Bildu. Nada sucede en el mundo que tenga capacidad de hurtar un minuto al sorteo de la Lotería y a la celebración de los afortunados, que son los mismos que el pasado año, que el anterior y que del decenio de los setenta. Varían las rimas de los tarareos. Por ejemplo, «Viva el sorteo, que somos de Ribadeo», se convierte en otra edición en «Viva mis abuelos, que no son de Cacabelos». Una demostración de talento, gracia y complicidad en el gozo de muy complicada superación.
Mañana –por hoy-, el mundo se pondrá en marcha de nuevo para lo bueno y para lo malo, y España para lo malo y lo poco bueno que nos queda. Y temo la condensación de noticias. Un día sin ellas desemboca en una jornada con noticias acumuladas. De cualquier manera, y como ya estamos inmersos en la Navidad, rehuyo la crítica negativa, y me solazo felicitando a los responsables de los informativos de todas las cadenas de televisión por sus originales planteamientos. Lo de la madre emocionada cuando se emociona la hija me ha puesto la carne de gallina. Me pinchan y no sangro.
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