Opinión

La batalla de las sardinas contra Salvini salta a la política

Ha pasado poco más de un mes desde que un grupo de jóvenes convocara una movilización en Bolonia para contrarrestar la visita de Matteo Salvini, que acudía a inaugurar la campaña electoral para las próximas elecciones regionales en Emilia Romaña. La concentración tuvo tanto éxito que no se quedó en la capital de esta región, sino que saltó a decenas de ciudades italianas. Bajo el nombre de las “sardinas”, por su capacidad para comprimirse en las plazas como pescado en lata, decenas de miles de personas han salido a las calles en Milán, Turín, Florencia, Palermo o Nápoles.

La última gran manifestación, la de la consagración definitiva, se produjo en Roma, en una de las plazas más emblemáticas para la izquierda italiana. Si el objetivo era demostrarle a Salvini que no solo él tiene capacidad de atracción entre las masas, se puede dar por conseguido. Pero con la adrenalina por las nubes, la próxima prueba de fuego sería derrotar al líder ultraderechista en las urnas.

Tras el apretado calendario de movilizaciones del último mes, las sardinas han entrado en la fase organizativa. El día después de la manifestación de Roma, aprovecharon el traslado a la capital italiana de los organizadores de otras ciudades para celebrar la primera asamblea a nivel nacional. Cerca de 150 representantes de todo el país se encerraron en un edificio ocupado, del que salió un manifiesto con seis puntos. Reclaman que los políticos ejerzan su función en las sedes institucionales y renuncien a la campaña permanente, que la comunicación vuelva a los canales oficiales, que la violencia desaparezca de la retórica política o que se elimine el decreto migratorio aprobado por Salvini cuando era ministro del Interior. Se trata de un programa de mínimos con críticas veladas al líder de la Liga y una apuesta política muy clara contra la política migratoria que éste representa.

Las sardinas cerraron filas después de esta reunión. Quienes han ejercido como coordinadores locales y no tenían problemas en hablar con la prensa, ahora se remiten al comunicado oficial y a la página de Facebook, donde empezó todo. En un movimiento diverso y espontáneo como éste, sería casi imposible que hubiera un consenso absoluto de sensibilidades. La pregunta más repetida es si piensan en algún momento conformarse como partido político.

Por un lado, emerge la figura del organizador de Bolonia y considerado fundador del movimiento, Mattia Santori, que asegura que no está entre sus prioridades, pero no cierra del todo la puerta. Santori es un treintañero, licenciado en Ciencias Políticas y Economía, carismático y con capacidad de movilización. Todo un diamante en bruto para los partidos.

“Nuestro objetivo es conseguir el respaldo de un 25% de los italianos”, ha asegurado, en modo demoscópico. De hecho, ya se han realizado sondeos que arrojan que cerca de una mitad de los encuestados simpatiza con ellos y la otra mitad, no. Pero, por otra parte, está toda una serie de ciudadanos que asumieron el reto de tomar las calles contra Salvini y que incluso ejercieron como organizadores de las convocatorias, para quienes entrar en política no está entre sus aspiraciones.

La concentración que se organizó hace unas semanas en Florencia estaba promovida por estudiantes muy jóvenes, que apenas superaban los 20 años. Matilde Sparacino es una de ellas. Alumna de Psicología, de 22 años, afirmaba que sus acciones sólo buscan concienciar a la población, sin pedir el voto para ninguna formación. “Quiero remarcar que no estamos contra Salvini o contra cualquier otra cosa, en realidad estamos a favor de la igualdad, la democracia, la hermandad o el comunitarismo. En definitiva, la vuelta a los valores constitucionales”, sostiene. Una serie de reivindicaciones básicas, siempre construidas en positivo, en las que se han envuelto las sardinas. Matteo Flora, experto en comunicación política y estudioso de la repercusión de los líderes en las redes sociales, opina que “si las sardinas son un movimiento capaz de implicar a mucha gente es porque son identitarias. Tienen claro quién es su enemigo, mientras que el centroizquierda todavía no ha sabido crear una narración propia”. Mejor que el experto, lo explicaba Mattia Santori, con un eslogan: “Queremos ser una alternativa cool”.

Pero entre ellos también hay personas que han visto una oportunidad para visibilizar su causa. Como en el caso de Stepehn Ogongo, keniata, de 45 años, periodista y fundador de una ONG contra el racismo. “Tenemos que sensibilizar a la población en contra de ese discurso del odio y la xenofobia que vivimos en Italia desde hace algún tiempo”, apostilla. Ogongo fue uno de los organizadores y rostros visibles de la manifestación de Roma. No encarna a ese colectivo de jóvenes que actuaron como impulsores, pero sí que encaja bien en el modelo de sociedad abierta y de la integración que defienden las sardinas. Las concentraciones se han caracterizado por aglutinar a un público de todas las edades. Desde familias que llevan a sus hijos con peces de cartón pintados de colorines, jóvenes universitarios o mayores que un día votaron por el Partido Comunista.

Ellos rechazan colgarse etiquetas ideológicas, pero es evidente que todos estos colectivos quedan encuadrados bajo un paraguas progresista. El canto improvisado del “Bella ciao”, el himno de los partisanos que lleva cantando la izquierda italiana durante décadas, los delata. Y dentro de esta corriente, solo el socialdemócrata Partido Democrático (PD) se presenta como una casa para todos ellos. “El efecto más evidente de las sardinas puede ser un factor movilizador para una izquierda abstencionista que ha dejado de ir a las urnas ante la falta de un discurso por parte de los partidos”, mantiene Lorenzo Castellani, politólogo de la Universidad Luiss. Es decir, que el PD podría resucitar más por respiración asistida que por méritos propios. “De hecho, creo que el futuro para ellos pasa por dos opciones: que el PD, en busca de savia nueva, intente alistar a los jóvenes con más talento de las sardinas; o que ellos mismos formen un nuevo partido político”, añade Castellani.

Surgiría entonces la duda de los beneficios que podría provocar una nueva escisión de la izquierda. Aunque las sardinas, dentro de la hoja de ruta marcada, sí que mencionan explícitamente que sus objetivos futuros deben centrarse en las próximas elecciones regionales en Calabria y, sobre todo, Emilia Romaña. Tras su salida del Gobierno, Salvini recuperó el pulso con el triunfo de su partido -líder de una coalición de derechas- en Umbria, otra zona de tradición izquierdista. Y después de eso, se marcó como objetivo imponerse el 26 de enero en Emilia Romaña, la que fue la última frontera del comunismo, para terminar de derribar el cinturón rojo.

La victoria de la coalición derechista agrietaría del todo el Gobierno formado por el Movimiento 5 Estrellas y el PD, que podría verse abocado a romper su alianza y convocar elecciones anticipadas, pensó el líder de la Liga. Las cuentas son mucho más complejas, pero ante la amenaza aparecieron las sardinas y la marcha imperial de Salvini se frenó. Su contraataque mediático hacia este grupo ha fracasado y el candidato del centroizquierda en la región sigue a la cabeza en los sondeos por un estrecho margen. Si el PD gana en estas elecciones -o, lo que es lo mismo, Salvini encaja una derrota- las sardinas se verán con fuerza para seguir impulsando su modelo por el resto de Italia. Si ocurre al contrario, quien sufriría un duro golpe sería este movimiento, surgido en la capital de Emilia Romaña, donde las urnas medirán mejor que nunca el dualismo entre la Italia soberanista y una izquierda que había desaparecido del paisaje urbano.