Opinión

Persisto en la coba

Dos días atrás escribí un artículo, «Para Evitar la Cárcel», de claro elogio al presidente del Gobierno en funciones. Ayer, un texto ratificando el texto de marras. Hoy, ya inmerso plenamente en la esperanza de nuestro futuro Gobierno, y por no ser tachado de machista, escribiré de las mujeres que nos van a gobernar, que son bastantes. Doña Begoña – que para colmo, es rima consonante-, Doña Carmen, Doña Irene, Doña Cristina y Doña Elisa, las cinco amazonas del Apocalipsis, si bien ellas, atesoran entre las cinco las más altas virtudes del crisol femenino. Doña Begoña, la sencillez. Doña Carmen –Calvo-, la finura intelectual, Doña Irene –Montero-, la riqueza de la mujer hecha a sí misma y sin ayudas, Doña Cristina –Fallarás-, la elegancia natural, y Doña Elisa –Beni-, lo que el poeta describió como «la suave serenidad de la inteligencia». Se podría añadir a Doña Ada -Colau-, pero ésta última carece de expansión nacional, y sólo perjudica a los barceloneses, refiriéndome, claro está, a los barceloneses que no confían en ella, lo cual se me antoja lamentable.

Las cinco, además de su papel primordial en el futuro de la España de nueve naciones, son sencillamente, cautivadoras. Lo escribió Rilke: «Cinco mujeres, cinco miradas, diez ojos, un millón de vasallos». No he tratado a ninguna de las cinco, pero tengo la intención de entregarme a ellas en las próximas semanas. Interprétese de la mejor y más decente de las maneras el hecho de la entrega. Nada físico me reclaman. Mi entrega será estrictamente emocional, de sumisión total al brillo de sus talentos. No fue Rilke, sino Demetrius Dobrin, el gran poeta rumano fallecido de una insignificante gripe durante su breve estancia en Siberia por no coincidir con la decisión de Stalin de fusilar a sus padres y su hermana menor por hallarse en su hogar de Timisoara un panfleto que reivindicaba la figura del último Rey de Rumanía, el que describió con entristecida belleza el brillo de la esperanza. «Dios me hizo rumano para vivir con el brillo de la esperanza de no ser soviético, pero he aquí, que a mis padres y mi hermana los han fusilado los soviéticos, y me ha agoniza el brillo, y más aún la esperanza».

Todo ha cambiado. Estas cinco mujeres serenas, indomables, inteligentes, sencillas y enamoradas de los débiles, jamás admitirían que una niña de 16 años fuera fusilada por coleccionar fotografías del Rey. Y ese coraje es el que me guía a ser de los suyos. En mi familia hemos sufrido la ausencia de un abuelo excepcional que fue fusilado por el Frente Popular que ellas hoy representan, por el mero hecho de amar a España, creer en Dios y respetar al Rey. Hoy no sucedería, porque las cinco mujeres de mi esperanza se interpondrían entre las balas y los inocentes para impedir las ejecuciones. Lo dijo Ramiro de Maeztu segundos antes de ser ejecutado. «Vosotros no sabéis por qué me asesináis, pero yo sé el motivo por el que muero asesinado. Para que vuestros hijos sean mejores que vosotros». Me consta que a las cinco grandes mujeres del momento, esa frase de Maeztu les ha impresionado. Ahora toca explicarles quién era Ramiro de Maeztu, pero tampoco hay que enredar en demasía.

De Begoña, la sencillez. Esa cualidad y calidad tan escasa en nuestros días. –No, Pedro, no quiero usar el Falcon para ir al concierto en Benicassim y menos aún para llegar a tiempo a la boda de mi hermano en La Rioja. ¿Por qué no vamos en taxi?-. De Carmen Calvo, la cultura horizontal y vertical. Aún se recuerda, en Huelva, su mensaje marino. «Se nota que estamos en el Mediterráneo». Era el Atlántico, pero son minucias. De Irene Montero me entusiasma todo. Su triunfo en la vida sin precisar de ayudas y apoyos ajenos. Su elocuencia medida, su gracejo y su sencillez vital. Su firmeza en rechazar los hábitos burgueses y sentirse satisfecha y feliz en la humilde casa que habita. Su rechazo a ascender en la política mediante enchufes y preferencias. Y de las otras dos restantes, lo que más me apasiona es su buena educación, su abrazo a la serenidad y su encaje con la inteligencia culta, que también existe una inteligencia inculta y desmedida. Y su sobriedad en la exposición de sus argumentos.

¿Cómo no voy a ser partidario de ellas, y sentirme, al fin, feliz en proclamarlo? Hoy, en la España de nueve naciones de Pedro – perdón timonel, por mi exceso de confianza en el tratamiento-, hay centenares de miles de mujeres que se ajustan a sus ejemplos para ser como ellas. Yo mismo, de ser mujer, sería como ellas. Sencilla con Begoña, culta como Carmen, luchadora en solitario como Irene, sobria como Cristina y elegante como Elisa. Lo que el poeta Rudolf Sugf-Sugf Steiner calificó como “Las cinco cualidades que jamás se juntan”.

Y finalizo, que estoy emocionadísimo.