Opinión
Descanso
Hoy descanso de escribir de traidores, golpistas y sinvergüenzas. Me lo tengo merecido. Me he propuesto recordar a un genio. Al canario que se instaló en Madrid y terminó enamorado de Santander. El más portentoso escritor de la Generación del 98, si bien él sólo, asumida su soledad, más que un escritor fue una generación completa.
Por ahí se movía don Pío, más simplón y obvio. Galdós también cubría su cabeza con una chapela, y le encajaba mejor lo vasco que a Baroja. Baroja murió con la boina puesta, y el sacerdote jesuita, extraordinario musicólogo y académico de la Real de Bellas Artes, Federico Sopeña, acudió a su caserío de Vera de Bidasoa, en tierra de nadie entre España y Francia, a darle la extremaunción. –Creo en Dios, Federico, pero soy anticlerical.Los vascos creemos más en Dios en español que en vascuence, porque lo segundo es siempre más complicado–. No se quitó la boina durante el Sacramento. –¿Has leído la poesía de Unamuno? Es delictiva–. –El problema de Valle Inclán es que está como una chota–. –Todos tendríamos que habernos acercado más a Galdós. Ése vale mucho-. –Don Pío, ¿se siente más reconfortado después de recibir el Sacramento?–. –Me siento peor, ¡coño, Sopeña! ¿no se ha dado cuenta de que me estoy muriendo?–. «Galdós, ése vale mucho».
Mi primer trabajo en el bachillerato, en el colegio del Pilar de la calle Castelló de Madrid, fue una obligada síntesis de «Memorias de un desmemoriado». No era lo mejor de Galdós, pero se trataba del primer Galdós, y me aburrió bastante. Sigo creyendo, aunque suene a tópico, que sus «Episodios Nacionales» están anclados en la cumbre de la mejor Literatura Española. Pérez de Ayala, Benavente y Ramón y Cajal apoyaron su candidatura al Premio Nóbel, pero las fuerzas ultraconservadoras que en España predominaban, tirotearon con cartas y misivas de protesta a los miembros del Jurado de la Fundación Carolina de Estocolmo, y Galdós no fue premiado. Sí, en cambio, uno de los que firmaron su candidatura, José de Echegaray, terminó recibiendo, ante el pasmo general, el Nobel de Literatura. «En Bombay, dicen que hay/ terrible peste bubónica./ Y aquí Urrecha hace la crónica/ de un drama de Echegaray./ ¡Están mejor en Bombay!». Decenios más tarde, cuando Juan Luis Cebrián ingresó por cuota y porque le salió del níspero a Jesús de Polanco en la Real Academia Española, el poeta satírico Medrano, se inspiró en el epigrama contra
Echegaray para atizarle a Cebrián. «En Ceilán dicen que están/ con una horrible epidemia/ Y aquí ingresa en la Academia/ el pobre Juan Luis Cebrián./ ¡Están mejor en Ceilán!».
Galdós fue un adversario, crítico y lúcido –amén de lucido–, de la religiosidad superficial, de la falsa apariencia. Pero creó formidables personajes religiosos. Dijo Pérez de Ayala que la necesidad de extensión en sus novelas históricas le acercaba a la literatura rusa. Una tontería de Pérez de Ayala. Su identificación con La Montaña y con Santander, primordialmente, fue tan honda e intensa que en Cantabria es tenido por un escritor montañés. Como Pepe Hierro, el gran poeta de la cabeza de roca. Lógico intercambio. Hijos de La Montaña fueron Quevedo, del valle de Toranzo, Lope de Vega, de la Torre de la Vega, y Pedro Calderón de la Barca, de las riberas del Besaya. Los tres nacieron en Madrid pero jamás olvidaron sus raíces. Galdós, el canario madrileño, murió santanderino, y su figura sentada despidiéndose de la mar, frente a la bahía rasgada por el Puntal, sugiere la imagen de la plena melancolía. A Galdós, que le tocó vivir en una España cainita y atribulada, lo que sucede en la actualidad le hubiese desvanecido el alma, porque era ante todo y sobre todo, un apasionado español.
Don Benito falleció en Madrid el 4 de enero de 1920, cien años atrás, hace un siglo. Y está enterrado en esa inmensa ciudad habitada por muertos que es el cementerio de La Almudena, donde un personaje de Antonio Gala, creo que de «La Cítara Colgada de los Árboles» le comenta a un amigo que se siente feliz por haber comprado para su muerte una tumba muy céntrica. A Galdós lo céntrico no le iba. Se sentía más feliz con lo excéntrico, y más aún, con lo inabarcable. Como buen canario, don Benito necesitaba la cercanía del mar. Los huesos de los muertos, ya sin ánimo, no sienten, pero hay que respetar sus preferencias vitales, y Galdós habría elegido ser enterrado en Santander, frente de Peña Cabarga, con su Cantábrico adoptado siempre a la vista de su oscuridad permanente.
Le hizo la puñeta por sistema Cánovas del Castillo , y el poder político intentó desajustar su dignidad sin conseguirlo. Rindo homenaje a su memoria, fuera de biografías, bibliografías y recursos tópicos. Cien años sin el último de los auténticos grandes. No fue Premio Nobel. Y mucho lo celebro.
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