Opinión
Confiar
Para los psicólogos la confianza se basa en hipótesis sobre la conducta de los demás, quienes pueden tener, o no, nuestra confianza. Cuando hay confianza existe una seguridad —tal vez basada en motivos meramente irracionales— de que otra persona, o grupo de ellas, actuarán de una determinada manera, que prevemos según la fe y la esperanza que depositamos en ellos. La confianza es sobre todo certidumbre: “Fulanítez, o Menganítez, hará esto”. Es una suerte de creencia que suspende la inseguridad que sería natural sentir, porque si bien se piensa, la conducta humana es una de las cosas más impredecibles y misteriosas que existen. Un sistema quizás más complejo que el clima. La confianza no tiene un asidero lógico, escapa a la sensatez, y solo las acciones u omisiones de los demás pueden lograr que dicha confianza se quiebre o se pierda. Un viejo chiste presentaba a un padre dándole a su hijo lecciones sobre la vida. Subía al infante a una escalera y decía: “Salta sin miedo, que yo te cogeré al vuelo, te sujetaré y no te caerás ni te harás daño”. El niño calculaba la distancia hasta el suelo, y dudaba. Sentía temor. A lastimarse, a un accidente… Pero las palabras del padre eran persuasivas, y la confianza que él sentía por su progenitor, extraordinaria y fiel. “¡Vamos, salta, entre mis brazos estarás seguro!”. Finalmente, el crío se decidía a saltar… Pero el padre dejaba que se cayera y se diera el gran tortazo padre, valga la redundancia. Cuando el hijo, aporreado en el cuerpo, pero sobre todo en el alma, en la confianza ciega que sentía hasta hacía unos instantes por su papá, le preguntaba lloroso por qué lo había dejado magullarse tan ferozmente, el padre respondía: “Para que, en lo sucesivo, hijo mío, no te fíes ni de tu padre”. Se ha formado un gobierno hacia el que, la mitad del electorado, siente una desconfianza temerosa, casi entusiasta. La otra mitad, le profesa una inquebrantable fe. Mientras, en el propio gobierno, no parece que existan tampoco excedentes de confianza. Más semeja que no olvidan aquel refrán que advierte de que, quien mete amigo en casa, su ruina traza. Y todos esperamos el primer salto desde la escalera, a ver si hay, o no, un antológico trompazo.