Gobierno de España

Diván frente a un Gobierno multipolar

Al líder socialista le ha preocupado, dentro de lo posible, controlar los desperfectos por la onda expansiva dentro y fuera del país que supondrá la irrupción en la gestión pública de un partido antisistema de credo castrista y bolivariano. La contención de daños será clave porque el estropicio pinta inevitable»

El presidente del Gobierno nos ha endosado la composición de su nuevo gabinete a cucharadas como si fuera un jarabe del malo. El trago amargo se ha estirado hasta la tarde de ayer en otro de esos jeribeques propagandísticos tan del gusto de los estrategas de la mercadotecnia monclovita que no deja de ser una muestra más de una dolosa interpretación de la transparencia y el rigor en lo comunicativo y la institucionalidad en un régimen liberal. El primer gobierno de coalición de nuestra democracia ha resultado un ejercicio contorsionista y funambulesco en el que las piezas del engranaje en que se fundamenta todo Ejecutivo encajan mal y además chirrían. De las dificultades para conformar una arquitectura coherente y consistente nadie puede sorprenderse. El propio Pedro Sánchez abundó en las razones por las que no convenía invitar a Unidas Podemos a formar gobierno. Hasta que eso cambió. El fruto del insomnio y de la ambición excedentaria ha cristalizado en el gabinete más caro de nuestra historia y el segundo con mayor número de carteras desde Suárez. Con todo, y seguimos con el presidente, ya se nos advirtió en su día que con el partido de los círculos en la Moncloa habría dos gobiernos y no precisamente por el precio de uno, sino por el de varios. Los nombres elegidos con la bendición de Pedro Sánchez así lo corroboran. Los perfiles de los nominados retratan un conjunto poliédrico cuyas aristas no parecen precisamente inocuas. El mejunje de socialdemócratas, socialistas, comunistas, populistas, tecnócratas, catalanistas e independientes es un cóctel de digestión pesada en el mejor de los casos, con evidentes taras de identidad y coherencia, y de shock anafiláctico en el peor por incompatibilidad con el interés general. De por sí ha sido y es complejo, casi migrañoso, acompasar racionalmente el devenir de una figura como la del presidente del Gobierno, capaz de versionarse a sí mismo en múltiples presentaciones sobre un mismo particular, pero aventurarse a encontrar una explicación mínimamente aceptable a un equipo ministerial con José Luis Escriva y Alberto Garzón o Arancha González Laya e Irene Montero, es una misión siquiera imposible para los exégetas de Pedro Sánchez. De hecho, a la vista de los nombres elegidos, auguramos que la insólita comisión de seguimiento del pacto de coalición y su estricto procedimiento de supervisión tendrá trabajo a destajo.

Al líder socialista le ha preocupado, dentro de lo posible, controlar los desperfectos por la onda expansiva dentro y fuera del país que supondrá la irrupción en la gestión pública de un partido antisistema de credo castrista y bolivariano. La contención de daños será clave porque el estropicio pinta inevitable a la vista de lo que preparan y de quienes lo ejecutarán. De ahí, la apuesta por algunos perfiles técnicos en áreas concretas y sensibles que envían además un mensaje a Bruselas y a los mercados con los Presupuestos en el horizonte que tendrán que consagrar un recorte de casi 10.000 millones por exigencia europea. Aunque todo eso sea sobre el papel, porque la realidad es que la inflación de renglones torcidos en el gabinete es bruma sobre niebla para un futuro sombrío.

Y luego, por supuesto, es el gobierno del tetris con las cuotas territoriales y de género, especialmente del PSC (ese filósofo como ministro de Sanidad es todo un hallazgo homeopático), los favores de puertas para dentro del PSOE y los guiños a los separatistas vascos y catalanes con apuestas poco combativas y melifluas en alguna cartera específica. No creemos que sea el Ejecutivo que necesita nuestro país ni el que responde al criterio del bien común, que es lo que precisan los españoles, sino al muy particular del presidente y por extensión de la marea de cargos que se abren paso a empujones hacia el sillón y el sueldo público. Anda sobrado de incongruencias y de polaridad en cuanto a su identidad (bi, tri o tetrapolar) y marcado por esa divergencia, por lo que no nos genera ni confianza ni expectativas esperanzadoras.