Opinión

Las razones por las que Putin movió ficha

Para sorpresa de muchos, dentro y fuera del país, el presidente de Rusia ha cambiado de sopetón a todo su Gobierno. La actual Constitución de la Federación Rusa le otorga a Vladimir Putin tales prerrogativas, pero el desarrollo de los acontecimientos ha tenido cierto aire precipitado, como de premura. ¿Por qué se produjo tan rápidamente la dimisión del primer ministro, Dimitri Medvedev, y de todos sus ministros? ¿Qué motivaciones esconde Putin?

El mandato del jefe del Estado ruso es por seis años. Teniendo en cuenta que las últimas elecciones presidenciales rusas se celebraron en 2018, a Vladimir Vladimirovich todavía le quedan cuatro más para seguir ocupando la máxima dirección del Kremlin. Llevaba casi 30 años trabajando codo a codo con Medvédev, su fiel escudero, también oriundo, como él, de la hermosa ciudad de Leningrado, ahora conocida como San Petersburgo. Entonces, ¿a qué tanta prisa?

Una razón apunta a que Putin, el líder ruso más longevo en el cargo desde Stalin, nota bastante ya el desgaste del poder y necesita paliar sus efectos negativos cuanto antes. Su popularidad se está resintiendo. También es perfectamente consciente de las señales que emite la sociedad. En los últimos comicios locales y regionales celebrados en septiembre pasado, la oposición asociada a Alexéi Navalny, a pesar a de que no cuenta con peso político alguno dentro de la Duma Estatal —la cámara baja de la Asamblea Federal—, consiguió que el principal partido putinista, Rusia Unida, perdiera significativos apoyos en Moscú y en otras provincias y territorios. La prueba de fuerza de otoño no salió nada bien para los oficialistas y activó las alarmas pues destapó el creciente descontento ciudadano, todavía tibio pero continuo, hacia las políticas del Ejecutivo, algunas más evidentes como la reforma de las pensiones de junio de 2018, cuando subió la edad de jubilación. El propio Putin vio cómo su intención de voto se hundía entonces 20 puntos, desde el 68%, en marzo de ese año, al 49% a mediados de verano del mismo periodo, según los datos ofrecidos por la empresa rusa Fondo de Opinión Pública (FOM). Ese índice se sitúa ahora en el 47%, muy lejos de las cifras de 2000, fecha de su llegada a la Presidencia de la mano del alcoholizado Borís Yeltsin.

El anuncio de las ‘correcciones necesarias’ vino expresado en su discurso anual ante la Asamblea Nacional. Unas 1.300 personas asistieron a la ceremonia celebrada el 15 de enero en Moscú y televisada a todo el país: miembros del Consejo de la Federación, diputados de la Duma Estatal, ministros federales, la cúpula del Tribunal Constitucional y del Tribunal Supremo, el cuerpo de gobernadores, los presidentes de las asambleas legislativas de las entidades constituyentes de la Federación, los líderes de las religiones tradicionales, así como innumerables figuras públicas, incluyendo los jefes de los principales medios de comunicación rusos. Estaba allí todo el ‘establishment’ político de Rusia.

Nada más arrancar su alocución, Putin admitió que la “sociedad está pidiendo claramente un cambio”, pero él lo vinculó al desarrollo y a la prosperidad de sus compatriotas. Durante una hora desplegó las líneas maestras de su plan. Se centró primero en la lucha contra la crisis demográfica y contra el escaso nivel de vida de una parte importante de la población. La baja tasa de natalidad es un problema muy grave en Rusia ya que adquiere perspectiva histórica. Prometió subsidios para las familias con niños y extenderlos hasta los siete años. Habló de economía, medioambiente, ciencia e investigación; tecnología; política internacional; y seguridad. Pero fueron los últimos diez minutos de su intervención los que despertaron más atención en la opinión pública. En ellos desplegó un programa de siete puntos para reformar la Carta Magna de 1993 y que esa revisión sea ratificada en un referéndum popular. A grandes rasgos, el plan contempla el trasvase de competencias de la Presidencia a la Duma, en concreto en lo relativo al nombramiento del primer ministro; también favoreció la consolidación constitucional del Consejo de Estado, un órgano consultivo creado en 2000 y presidido por él mismo, donde participan los líderes de todas las regiones.

¿Cuál es la mejor opción que maneja Putin para continuar al timón del barco más allá de 2024? No se plantea en absoluto permutar el puesto con Medvedev como ya hicieran en 2008 pues eso generó largas protestas en 2011. Eso, además, sería estar institucionalmente por debajo del jefe del Estado. Tampoco contempla Putin la idea de convertirse en ‘líder de la nación’, al estilo oriental de Nursultán Nazarbayev, presidente de Kazajistán desde 1991 hasta que dimitió en 2019.

El escenario que más encaja con la personalidad y ambición de nuestro personaje es que se convierta en el presidente del Consejo del Estado, con una Presidencia debilitada y con un Parlamento fortalecido pero controlado por los suyos. Esa jugada le permitiría seguir siendo la piedra angular del sistema político ruso durante mucho más tiempo. Actualmente Putin tiene 67 años y goza de una aparente buena salud, gracias a su pasión por el deporte.

Su proyecto de reformas constitucionales echó a andar de inmediato, nada más ser anunciado, con la fulminante dimisión de Medvedev y de toda la plana ministerial, pillada por sorpresa en medio de todas estas maniobras estratégicas. El primer ministro desde 2012 no sólo estaba en horas muy bajas sino que sobre sus espaldas pesaban serias acusaciones de corrupción. Su reemplazo por un tecnócrata sin filiación conocida, Mijaíl Mishustin, fue aprobado en la Duma por 383 votos a favor, ninguno en contra y 41 abstenciones, todas estas últimas del grupo comunista.
Independientemente de las verdaderas intenciones de Putin, el fortalecimiento del Legislativo puede ser una buena noticia para Rusia, escribe la investigadora especializada en Rusia, Yana Gorokhovskaia. “Hoy la Duma es una institución decorativa que realiza la única función que le queda: aprobar rápidamente y con poco debate la legislación gubernamental. Los diputados no hacen política ni influyen en ella, y los votantes están desconectados del proceso político porque sus representantes tienen poco interés en servir a los electores. Toda la cadena de la democracia representativa, desde el votante hasta la legislación, está rota. Pero si la Duma se vuelve más poderosa en relación con el presidente, las elecciones legislativas serán más competitivas”. Veremos en qué terminan todas estas propuestas.