Opinión

Un policía de raza

Josep Lluís Trapero, el ex Mayor de los Mossos d’Esquadra, ha pasado su primer día de juicio en la Audiencia Nacional. Llegó pronto acompañado por su abogado y lo hizo vestido de paisano, sin el uniforme del cuerpo policial. No hubo comitivas, ni apoyo en el exterior. El mundo independentista ha tenido algunos mensajes de apoyo. De cumplido, más bien. Ya no es el héroe. Más bien es el villano.

Trapero, con detractores y partidarios, es un policía en estado puro. Sus cuatro años largos al frente de los Mossos lo convirtieron en un hombre de referencia y, como tal, el independentismo intentó apropiarse de su figura para construir su relato de «policía patriótica». Llegaron a fantasear que con el apoyo de los Mossos la Declaración Unilateral de Independencia era posible porque «tenemos un cuerpo armado de 17.000 miembros». Toda esta argumentación fantasiosa se cuajó gracias al desparpajo irresponsable de algunos miembros de la policía catalana que durante la jornada del 1 de octubre hizo «compadreo militante» con los independentistas que bloqueaban los colegios.

Se puede criticar, y se debe, el papel de los Mossos d’Esquadra durante la jornada del 20 de septiembre y el día del referéndum ilegal, pero suponer que Trapero era el líder de una policía independentista era, y es, una falacia. Trapero fue víctima del independentismo que lo utilizaba, y lo luego lo dejó tirado como un kleenex, y de las malas relaciones, la desconfianza, con las otras fuerzas policiales.

La colaboración entre cuerpos estaba bajo mínimos. Nadie se fiaba de nadie, y Trapero cometió, quizás, en este contexto su gran error. El 20 de septiembre porque la descoordinación con la Guardia Civil fue patente y la solución una chapuza, porque los líderes independentistas se dedicaron a jugar con los Mossos para hacer brillar su algarada en las puertas de la Conselleria de Economía. Y el 1-0, Trapero pensó en la fiabilidad de su planificación sería suficiente y evitaría un conflicto callejero. Al final, los independentistas jugaron de nuevo con los Mossos.

Trapero fue la víctima propiciatoria de un movimiento independentista que trataba como títeres a la policía, y víctima de la judicatura y de las fuerzas de seguridad del Estado que no se fiaban de los Mossos. Es relevante que Trapero encargara a Ferran López, su segundo en el mando y a la postre el que lo sustituyó al frente de los Mossos

–nombrado por el Ministro del Interior– tras la aplicación del 155, un plan para detener a Carles Puigdemont y al Govern de la Generalitat si la justicia les ordenaba hacerlo. La orden nunca llegó y Puigdemont se fugó con algunos consellers y, porque no decirlo, por la traición de algunos Mossos a su propia cadena de mando.

El Mayor Trapero desde su destitución ha acudido a su puesto de trabajo y se ha salido de los focos. Sólo se le puede ver en su pueblo, tomando café con sus amigos. Su intención de detener a Puigdemont, una vez conocida, fue su tumba para el independentismo. Ya no era su líder, no era el jefe de la policía patriótica, era simplemente un traidor, un cobarde que no se atrevió a enfrentarse al Estado, lo que hubiera significado una absoluta irresponsabilidad tal y como estaba de inflamada en aquellos días la ciudadanía catalana. Para el mundo independentista, sobre todo para los más inflamados, Trapero es un villano. La ausencia de cargos de la Generalitat, de miembros de los partidos en la sede de la Audiencia es la mejor fotografía de la soledad de Trapero. Un policía de raza que estaba en el mejor sitio en el peor momento.