Opinión
Camino sinodal
Ese es el título que la Iglesia alemana ha dado a un proceso que durará dos años para abordar cuatro temas tan espinosos como el poder y el clericalismo, las formas de vida sacerdotal, la moral sexual y el papel de la mujer. La primera sesión tuvo lugar la semana pasada en Frankfurt y en ella participaron 230 delegados, entre ellos los 69 obispos, una representación del Comité Central de los católicos alemanes con un número significativo de mujeres y un pequeño grupo de observadores. Apenas finalizado este tramo, el cardenal Reinhard Marx voló a Roma para informar al Papa sobre el desarrollo de los trabajos que se reanudarán en otoño. El purpurado es hombre que goza del aprecio de Francisco que lo incorporó al Consejo cardenalicio que le asesora en la reforma de la Curia Romana y el gobierno de la Iglesia universal. Desde su anuncio en marzo de 2019 el Camino Sinodal suscitó no pocas perplejidades en Roma. El mismo Santo Padre dirigió una Carta al Pueblo de Dios que camina en Alemania advirtiendo de algunos peligros. «Cada vez que la comunidad eclesial – escribió– intentó salir sola de sus problemas, confiando y focalizándose exclusivamente en sus fuerzas o en sus métodos , su inteligencia, su voluntad o prestigio, terminó por aumentar y perpetuar los males que intentaba resolver». Más tarde el cardenal Ouellet prefecto de la Congregación para los Obispos fue aún más tajante señalando que una Iglesia particular no puede tomar decisiones que afectan a la Iglesia en su conjunto. El Cardenal Marx ha descartado como «algo sin sentido» que la Iglesia alemana pretenda funcionar al margen de Roma o decidir sobre cuestiones de alcance universal. Es lo que denuncia un grupo de prelados, con el arzobispo de Colonia al frente, que ha llegado a calificar esta asamblea como el parlamento de una iglesia cuasi protestante.
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