Opinión
Gistau
Dicen que los primeros momentos después de saber que alguien ya no está, son especialmente duros. Ocurre una mezcla de sentimientos como la pena, la rabia, el bloqueo emocional, la incredulidad…
Hay personas que por su capacidad de sanar, escuchar, amar, comunicar… deberían ser eternas. Eso se piensa siempre, por ejemplo, de los abuelos, porque nos miman y protegen como nadie… Pero este pensamiento no ayuda en absoluto. Porque se van. No son personas eternas. Y las etapas posteriores al duelo tampoco suelen ser un camino de rosas. Por ello es fundamental rodearse de personas queridas que no nos dejen caer en la tristeza más profunda.
La noticia del fallecimiento de David Gistau ha sido un mazazo para todo el país en general y para el mundo del periodismo en particular.
Como muchos compañeros, tuve la suerte de conocerle y admirar en persona su capacidad de expresarse, de dilucidar cualquier asunto, de predecir lo que se avecina, de opinar con libertad y valentía.
Su padre, que como le recuerda Arturo Pérez-Reverte tenía «aspecto de comandante de submarino alemán», murió trágicamente en 1985. Y David vivía con temor a abandonar a sus cuatro hijos prematuramente.
Cierto que cuando tienes hijos, esos miedos que quizás hasta ese momento sabes controlar y gestionar a la perfección, surgen con una fuerza desmedida.
Emocionan sus palabras hace apenas 10 años: «Mi hijo no ha de ser lo que yo fui: un adolescente enfadado con el mundo porque se le murió el padre demasiado pronto (…) Lo que pido es tiempo para acompañarle al menos un trecho largo de su camino vital, como espectador y como cómplice». Como escribe su amigo Arturo: «estaba reconstruyendo la vida de su padre a través de la suya propia…»- Quizás ambos se han reencontrado, allá en el otro mundo, y puedan enviar a los suyos la fuerza que precisan para superar esta gran pérdida. Lo que está claro es que esos miedos de nuestro querido y eterno Gistau, jamás van a hacerse realidad. Ahora tienen un gran ángel que les protege.
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