Opinión
Pongamos Venezuela
Sostiene la señora Carmen Calvo que la oposición crispa con «cosas que a nadie le importan, pongamos Venezuela». Afirma Carmen que el trifachito impone asuntos superfluos, movidas inanes, noticias estólidas, combates mediáticos que enturbian la buena marcha del mundo, escalofriado por cuestiones tan esenciales como el destino de los benedictinos en Cuelgamuros. Sólo el gobierno, en su infinita bondad, benevolencia, sabiduría y altruismo sabe de qué merece la pena hablar, qué demonios cuenta y qué destinamos a la fabricación de compost. Interesan la soledad, el diálogo, desjudicializar de la política, los mensajes de la niña Greta y decretar la enésima alerta antifascista. Pero, ¿Venezuela? ¿Alguien cree que pueden importar las sistemáticas violaciones de los derechos humanos, el encarcelamiento de opositores, el uso de los tribunales militares para juzgar a civiles, las denuncias por torturas, las ejecuciones extrajudiciales, el acoso a los medios de comunicación, el éxodo de varios millones de personas, la hambruna y la falta de medicinas, la brutalización de la independencia judicial, los vínculos con el narco de un gobierno al que Naciones Unidas investiga por posibles atrocidades y/o los encuentros en la tercera fase de un ministro español con una torturadora? Según Calvo Venezuela sería una novela muy seguida por la gente de Humans Right Watch, empeñada en denunciar monstruosidades, y los redactores de revista The Economist, que califican de autoritario al régimen, y ya. En España, por contra, circula Rafael Simancas «abrumado por la cantidad de españoles que nos paran en la calle exigiendo que nos olvidemos ya de salarios, pensiones y eutanasias, y que nos dediquemos a lo importante: aclarar si Guaidó es más opositor o más encargado, y qué diablos compró Delcy en el duty free». Y no. No me lo creo. No creo que no queden españoles aludidos por el destino de los venezolanos. Gente no necesariamente amarrada al kilómetro sentimental. Ciudadanos que empatizan con la suerte de la democracia y los derechos fundamentales de un pueblo masacrado por la mafia terminal de un Maduro impresentable. Suponer lo contrario equivale a decir que los españolitos pasamos cantidad de la degradación política y humana de todo un país, que nos felicitamos por las tres comidas diarias, somos reactivos al dolor ajeno y nuestra única divisa atañe al propio beneficio. Y a ver. No niego que en España haya cantidad de turistas del ideal e insensibles hijos de perra. Pero carajo. ¿Todos?
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