Opinión

Los elegidos

Hay personas a quienes la naturaleza debería concederles un plus de vida sobre la habitual edad de dejar este mundo. Se ha ido Plácido Arango, el mecenas, el filántropo, el hombre que mejor supo tratar a las mujeres haciéndolas sentirse auténticas emperatrices. El hombre con una sensibilidad especial para el arte y para las relaciones humanas; también para los negocios y para la inversión de capitales. Todos los recuerdos que me llevan a su persona son exquisitos porque él lo era. Tenía ochenta y siete u ochenta y ocho años pero, como digo, la naturaleza tenía que haber sido más generosa con él. La niña Cristina de Borbón von Hardenberg se fue también. Ésta con cuarenta y pocos, lo cual es un injusticia. No le tocaba y, sin embargo, el cosmos la abdujo llevándosela quién sabe dónde, dejando aquí sumidos en la desolación a quienes la amaban. Otros, sin embargo, se mueren también con cuarenta y tantos y bien muertos están. Esos a quienes elevan a los altares sin suficientes merecimientos; esos que han hecho daño injustificadamente y que, por eso, están bien donde están ahora, es decir, en el lado oscuro. Es feo desear la muerte y de hecho es un sentimiento del que muchos carecemos, aunque no nos falten motivos para ello.

También se ha ido Fernando Morán, un hombre bueno al que 0º le parecía que ni frío ni calor. Se hacía el despistado y esto provocó que se hicieran muchos chistes en torno a su persona, pero fue un gran ministro de Exteriores con Felipe González, y lo arropaba una familia sólida, como la Calvo Sotelo, por estar casado con Mari Luz, hermana de Ana María y de Leopoldo, ex presidente del Gobierno, inteligente y cáustico, con un sentido del humor que los de fuera desconocían; y la Del Pino, también cuñados, poderosos y arropadores. Un clan perfecto e insustituible, lo sé bien por haber estado protegida bajo su manto en momentos tristes de la vida. Lo dicho, la naturaleza se equivoca llevándose a unos cuantos elegidos que deberían permanecer aquí por más tiempo para beneficio y goce de todos. Hablo desde el conocimiento profundo de lo que afirmo porque hay muchos que ya no están desde hace años y se añoran cada día. Mi padre, sin ir más lejos. Hoy escribo estas líneas influida por los que nos dejaron últimamente y por otros que están a punto de irse también y quisiera agarrarlos con fuerza y poner toda mi energía para retenerlos y ahuyentar a la parca. Pero es difícil. La fuerza de la muerte es escurridiza, es taimada, es silenciosa, y por eso imposible de atrapar y de estrangular.

Es un bálsamo poder purgar el corazón vomitando sobre la página en blanco unas reflexiones que llevamos guardadas, mejor sería decir escondidas, en algún sitio de la cabeza, o de las tripas que es donde residen los sentimientos más profundos, intentando ignorar su presencia. Ustedes perdonarán esta especie de sesión de psicoanálisis, porque estoy utilizando el teclado como diván del especialista en tristezas, pero creo que a nadie le viene mal un poquito de reflexión de vez en cuando para luego volver al tumulto y al cachondeo de la política, que en estos tiempos no deja de ser un entretenimiento para comentaristas, ya que nos dan mucho jugo para exprimir y sobradas actitudes que criticar. La primera, las mentiras de Sánchez. La segunda, la chulería de taberna barriobajera de Ábalos, quien por todo curriculum aporta haber sido vendedor de souvenirs en la plaza de toros de Valencia. La tercera, la grosería de Iglesias con aquello del «descojonado» en su «speech» del Parlamento español, donde nunca antes se habían escuchado palabras malsonantes. Luego está el cumpleaños de Irene Montero, celebrado entre reunión y reunión, con un bebé adosado a la teta. Antes de ministra era cajera. Y todo así.