Opinión

Crisis e irracionalidad

Los historiadores consideramos que, en buena medida, las crisis son el factor modulador de la Historia; colectiva y también personal. Crisis e irracionalidad son términos unidos en la génesis y primeras manifestaciones de un cambio inesperado, de dimensiones excepcionales. Ambas características, en forma simultánea, desbordan los esquemas racionales previos. Entonces en el dominio de la irracionalidad, cotizan al alza el miedo, la desorientación y el vértigo. Mientras acusa fuertes pérdidas la libertad y excesiva volatilidad la esperanza y la solidaridad. La respuesta a las crisis provocadas por pandemias de enormes proporciones requiere que la racionalidad se recupere en el menor plazo posible. Lo contrario origina los resultados que estamos padeciendo, cuando al plan exigible para orquestar las medidas necesarias se le suplanta por un catálogo de ocurrencias.

No hace falta insistir pero tampoco olvidar, ni ahora ni luego, que la gestión ha sido pésima, sin paliativos, y desde el primer momento se han empleado más esfuerzos en tratar de eludir responsabilidades, que en ofrecer soluciones. El eterno juego de la política. Lo más urgente es señalar culpables, que siempre son los otros, y proclamar la inocencia propia. Así al servicio de la incuria y la inepcia de los gobernantes, nacionales y autonómicos, se ha implementado una desmesurada campaña de propaganda. En ésta, como en todas las guerras, la primera víctima ha sido la verdad. La escandalosa manipulación de la información ha crecido no solo en términos cuantitativos, también se han empleado tácticas más elaboradas para deformar la realidad.

En el crisol del peligro se agigantan la grandeza y la miseria, aflorando lo mejor y lo peor de la especie humana. Se ha llegado, una vez más, desde el ejemplo sublime de cuantos han arriesgado y entregado su vida al servicio de otros, hasta el intento de justificar la muerte de los mayores, bajo la acusación de ser viejos. Algo horrendo, apoyado en el supuesto beneficio de los que tienen menos años. Pero ¿son aquellos acaso los más débiles e inútiles en ese «darwinismo pedestre»? Terrible argumento anteponer la edad al derecho a la vida. La senectud no radica solo, y ni siquiera principalmente, en el DNI, sino en la destrucción del pasado, entre el olvido y la manipulación, y en la contemplación del futuro con incertidumbre y desencanto. Se trata de una patología individual y también social. A poco que reflexionemos puede verse que, a estas alturas, la vejez ha afectado a gran parte de la sociedad española, independientemente de la pirámide de edad de nuestro país.

Miremos la cara positiva de la situación. La crisis, ofrece la oportunidad de rejuvenecer. Una ocasión especial para aprender. Para encontrar alguna respuesta, al menos parcial, a la gran incógnita de esa excursión que llamamos «vida». ¿De dónde venimos, a dónde vamos? O cómo mínimo para entender el camino a seguir en los tramos más complicados. Pensemos, ahora que tenemos tiempo, algo de lo que habitualmente no disponemos. Rompamos el velo idiotizante de los artilurgios pseudoideológicos.

Estamos obligados a aprovechar las lecciones de lo vivido en estas semanas y en las que aún vendrán cargadas de dolor. Se lo debemos, en primer término, a las víctimas de este naufragio colectivo, pero también cada uno de nosotros al resto de los demás supervivientes, y a los que vengan después. Lo más terrible de esta pandemia y sus enormes costes humanos, económicos, sociales e inevitablemente políticos, sería que resultará un sacrificio inútil. Recordemos el desbarajuste institucional y la comprobación penosa de que la ignorancia mata. Y en otro orden, también educativo, la evidencia de que el laberinto de la mentira atrapa al propio mentiroso. En la logomaquia gubernamental hemos podido comprobar cómo se altera, patéticamente, el vocabulario de las personas que mienten.

Dentro de la batería de tropos vacíos, manoseada por el presidente del Gobierno, una sola palabra cierta ha salido de su boca: reconstrucción. En efecto, hará falta reconstruir la economía, la sociedad y las instituciones, pero sobre todo la cosmovisión dominante, para situar en ella a un ser humano capaz de soñarse a sí mismo y conservar su dignidad, en grado máximo. ¿Con qué materiales? Uno será imprescindible, en cualquier caso, la confianza. Esperemos que el Dr. Sánchez nos obsequie con algún manual al respecto.

Parece que Galdós acertaba al advertir que el destino de España es correr tropezando y vivir muriendo. Algunas voces llaman ya a honrar la memoria de las víctimas. Han elegido para ello el Adagio for Strings, de Samuel Barber. ¡Ojalá la tragedia se detenga a tiempo, para que no tengamos que recurrir al terrorífico Treno por las víctimas de Hiroshima, del recién fallecido Krzysztof Penderecki.