Opinión
Reconstruyéndonos
La adversidad siempre nos deja potentes mensajes y grandes lecciones.
El principal mensaje es saber que el mayor enemigo de todos es el miedo.
Y que lo verdaderamente importante es arreglar relaciones, eliminar rencores estúpidos y saber que solo nos tenemos los unos a los otros.
Tapar heridas, resistirse a lo que pasa o pelearnos con la vida, solo perpetúa el malestar. Porque lo cronifica.
En Japón hacen algo ejemplarizante, por ejemplo, con un jarrón que se rompe. Lo llaman arte del Kintsugi o la belleza de las cicatrices. Se trata de reparar los pedazos de cerámica con resina de oro porque los defectos pueden convertirse en virtudes. Doy fe.
Siempre pensé que mis cicatrices eran más bien condecoraciones. De hecho pude haber disimulado con cirugía la cicatriz de mi pómulo derecho, pero no quise. Es parte de mi vida. Y si bien el pasado, pasado está, no olvido que somos el resultado de lo que vivimos.
El kintsugi une los pedazos rotos del jarrón sin disimulo porque al reconstruido, es aún más bello. Porque las roturas y las reparaciones son también parte de la vida, de la historia de ese objeto y no han de ocultarse. Especialmente porque esas cicatrices, lejos de significar un motivo para deshacernos del objeto, lo que hacen es embellecerlo.
En el caso del dolor sentido por todo nuestro país, nuestros sanitarios son nuestra esperanza. Y aunque a veces hayan sentido desfallecer, se han curtido para salvarnos. Imagino la ayuda psicológica que hace falta para superar lo que vivieron y están viendo.
Esa reconstrucción tan necesaria como vital, ha de recordarnos que la vida continúa, asumiendo la realidad, aceptando las pérdidas, y con cuatro cualidades que hoy más que nunca, hemos de demostrar para seguir adelante: integridad, flexibilidad, desapego y sentido del humor.
Porque nadie nos va a devolver lo perdido, pero tampoco permitamos que nos quiten las ganas de reconstruirnos, de endurecernos, de asumir que no hay nada insuperable, para poder seguir viviendo.
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