Opinión

Mosén Pedro Sánchez y el estigma

Pedro Arriola, el protoasesor de Aznar y Rajoy, predecesor de Iván Redondo, siempre insistía en que una de las contadas ventajas de tratar con etarras es que, como extremistas y marxistas, lo dejaban todo escrito. Incluso sus intenciones. El Estado de Alarma congeló –por decirlo de forma amable– muchas libertades. También la religiosa.Los cultos y las misas no es que estuvieran prohibidas, pero sí que la feligresía asistiera, para evitar aglomeraciones y contagios. La Iglesia habilitó la participación –y el cumplimiento de los preceptos– en las celebraciones televisadas, que han alcanzado audiencias más que significativas.

Pedro Sánchez, para que nadie se quedara sin prédica semanal, comenzó a predicar, como un mosén laico y en fin de semana, sábado o domingo, con puntualidad errática –siempre en horario «prime time», como el de la misa de 12–, desde el púlpito de la pantalla de televisión unas largas homilías con el objetivo último, como un párroco, de cuidar a la parroquia y aumentar todo lo posible el rebaño.

Mosén Sánchez sabe lo que hace y, sobre todo, tanto él como sus asesores están convencidos de las virtudes de la perseverancia y más desde la pequeña pantalla. Pablo Iglesias, leninista digital que intenta presentarse como un moderno keynesiano en Financial Times, dejó escrita la receta, porque la izquierda radical lo escribe todo. Hay que volver a leer «Disputar la democracia», el libro que publicó allá por 2014 el líder de Podemos. «El gran dispositivo mediático de nuestro tiempo –afirma Iglesias–, lo más importante para establecer y determinar lo que piensa la gente –más aún que la educación, la familia o la Iglesia– es la televisión. La televisión moldea nuestra sensibilidad estética, nuestras opiniones políticas, nuestro ocio y el entretenimiento que consumimos». Iván Redondo, el Arriola de Sánchez, buen conocedor de Iglesias y de sus escritos y teorías, ha asumido también la importancia repetitiva de la televisión, que es lo que explica y justifica los prolijos sermones semanales de Mosén Pedro, en los que –como ayer– ya empieza a explicar que obtener dinero de la Unión Europea no es un rescate, ni tampoco supone –nada más apropiado desde el púlpito– ningún estigma. No obstante, por si acaso y por ahora, se resiste a solicitar los 24.000 millones que Europa concedería para gasto sanitario, pero habría que devolver aunque fuera al 0,11%. Y es que, ya lo ha dicho, Mosén Pedro prefiere el cepillo, que no deja estigma.