Opinión

Reforma fiscal, ¿a Rolex o a setas?

Hay un chiste de vascos que quizá describa los planes, más o menos coincidentes, de los dos Gobiernos –el de Sánchez y el de Iglesias– sobre la mil y una veces anunciada gran reforma fiscal que todo apunta que también será más electoralista que eficaz. Dos amigos, Aitor y Patxi –dice el chiste– fueron al monte a coger setas. Ya en el bosque, Aitor llama la atención de Patxi y le explica que ha encontrado un reloj Rolex. Es cuando Patxi le recrimina, le insiste en que se centre en el objetivo de su salida al campo y le espeta: «Aitor, a qué vamos ¿a setas o a Rolex?».

Las finanzas públicas españolas obligaban a una reforma fiscal de calado antes y después de Covid-19. España, ahora con urgencia, debe buscar fórmulas para cuadrar un sudoku perverso en el que, desde hace años, las Administaciones Públicas gastan mucho más de lo que ingresan, algo que la pandemia multiplicará al menos por tres. En 2019 el déficit superó los 35.000 millones. El Gobierno, según las cuentas de las ministras Calviño y Montero, estima que rondaría los 100.000 millones en 2020, unas cuentas a las que la AIREF (Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal), que preside Cristina Herrero, ha puesto numerosos e importantes reparos. José Carlos Díez, profesor de la Universidad de Alcalá, augura, a partir de los datos de la AIREF, un 14% de déficit, es decir, unos 140.000 millones de euros.

España esta abocada, en los próximos años a un aumento de impuestos –ingresos– o a un recorte de gastos o, y es lo más probable, a una combinación de ambas opciones. Sánchez e Iglesias no quieren ni oír hablar de ajustes, mientras fantasean con subidas –sobre todo el líder de Unidas Podemos– ejemplarizantes de impuestos. Descartadas por ahora futuras e inevitables bajadas de gastos, los expertos coinciden –salvo los extremistas más radicales o sectarios– en que las únicas fórmulas para aumentar de forma notable los ingresos pasan por subidas del IVA, IRPF –sobre todo para las clases medias– y por la revisión de la infinidad de exenciones y desgravaciones existentes. Significa, en cristiano, más IVA, más IRPF y más impuesto de sociedades. Es tan impopular como reducir el gasto, pero es la única forma. La extrema y menos extrema izquierda sueña con exprimir a los ricos, porque es popular, aunque no sea eficaz. No hay suficientes ricos en España, ni en número ni en riqueza, para que con sus impuestos enjuaguen el agujero público, aunque quizá no importe, porque como dejó escrito Pablo Iglesias, «a la izquierda le iría mejor si en lugar de prometer paraísos para los parias de la tierra, prometiera un buen infierno rojo para los ricos». La disyuntiva es obvia, eficacia y recaudación o populismo o, como en chiste, «ir a Rolex –y hay muy pocos– o a setas».