Opinión

Periodismo y películas

Ronan Farrow, hijo biológico de Woody Allen y Mia Farrow, es el reportero estrella del #MeToo. Suyo fue el gran reportaje del «New Yorker» con el que salta por los aires la efigie del productor Harvey Weinstein, destapado como un delincuente sexual. Su «Catch and Kill: lies, spies, and a conspiracy to protect predators» puede leerse como un thriller. En el imaginario colectivo el periodista rubio es un cruce entre los héroes del Watergate y la Clarice Starling a la que interpreta Jodie Foster en «El silencio de los corderos». Ganador de un premio Pulitzer, autor de reportajes electrizantes, Farrow tiene el aura de un caballero andante enfrentado a una conspiración de hombres poderosos y maaalos. Pero su talento para el melodrama, su buen ojo para perseguir historias chungas, su indudable audacia, su portentoso sentido del ritmo narrativo, no eclipsan algunos problemitas. El principal, o el más conocido, tiene que ver con su cruzada contra Woody Allen. Al que acusa sin más pruebas que el testimonio de una hermana rechazado en su día tanto por todos los psiquiatras y detectives que estudiaron el caso. No hubo juicio porque el juez consideró que la demanda era infundada, después de una investigación de meses por parte de los forenses del Child Sexual Abuse Clinic of Yale-New Haven Hospital, uno de los centros médicos más prestigiosos de EE UU en el tratamiento a las víctimas infantiles de agresiones sexuales. También descartaron la causa probable tanto los servicios sociales de Nueva York como los detectives de la policía de Connecticut. Los forenses, por cierto, señalan en su informe que o bien la niña se había inventado la denuncia o bien la madre, que grabó un testimonio en vídeo, editado y vuelto a editar, sugestionó a la niña para hacerlo. Después está el reportaje de este fin de semana en el «New York Times», donde Ben Smith describe a Farrow como un «maestro de las narraciones irresistiblemente cinematográficas, con héroes y villanos inconfundibles», pero también como un escritor que «a menudo omite los hechos complicados y los detalles inconvenientes que quitan dramatismo». Según Smith la estrella no siempre sigue «los imperativos periodísticos típicos de corroboración y revelación rigurosa» y siente debilidad por sugerir «conspiraciones que son tentadoras pero que no puede probar». Al emblema del periodismo de combate empiezan a salirle censores de prestigio. Algo inconcebible hace unos meses.