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Opinión
Las comidas gratis no existen
Angela Merkel no quiere pasar a la historia como la mujer que truncó el sueño del proyecto europeo, pero tampoco desea ser recordada en Alemania como la canciller que cedió ante los holgazanes del sur. Todo un sudoku para la severa germana que tiene una cierta debilidad por España, como sentencia una socióloga, amiga personal suya, que hasta ahora –este año no está claro– veraneaba en Sotogrande, la urbanización más cosmopolita de la Costa del Sol. El deseo de Merkel de apuntalar el proyecto europeo es lo que ha alumbrado la idea, presentada junto con Macron, el presidente francés, de un fondo europeo de 540.000 millones del que se beneficiarían sobre todo los países más castigados por la Covid-19, en este caso Italia, España y también Francia. Merkel y Macron proponen «transferencias» directas, es decir, entregas de dinero sin contrapartidas y sin obligación de devolverlo. El plan necesita la aprobación de todos los países, incluidos los más reticentes a subvencionar al sur, con Holanda a la cabeza. Merkel, sin embargo, es mucha Merkel y Alemania mucha Alemania, un país que debe encajar la polémica sentencia de su Tribunal Constitucional, un verdadero bajonazo al proyecto europeo, detrás del que también está el cabreo de los altos magistrados germanos –y otros compatriotas– quejosos de que con la política monetaria común sus ahorros no rentan nada y, además, ensimismados en sus disquisiciones jurídicas. Las grandes decisiones, a veces, tienen su origen en minucias o en miserias domésticas.
Angela Merkel tendrá que hacer encaje de bolillos, pero es probable que saque adelante una parte sustancial de su plan, el dinero fluya, y el proyecto europeo siga adelante. Habrá fondos y también condiciones, aunque se arbitrará una fórmula que permita salvar la cara ante los suyos tanto a líderes como Pedro Sánchez como a Mark Rutte, primer ministro holandés. Los números no mienten. La ruptura de la Unión Monetaria sería un desastre tanto para España como para Alemania y Holanda. El sistema «Target», que liquida en tiempo las operaciones entre bancos en la Unión, es la prueba del algodón. Los bancos alemanes son acreedores en más de 800.000 millones de euros que les deben las entidades –o sus clientes– italianas y españolas sobre todo, y en menor medida francesas.
Merkel y Macron, como medida de presión proponen por «transferencias» sin condiciones, pero como afirma una expresión americana «las comidas gratis no existen». La única duda consiste en saber quién la paga o a cambio de qué. La pensión media de jubilación en Alemania es de 1.100 euros al mes, por 1.008 en España. La máxima son 2.742 euros, tras 45 años de cotización, frente a los 2.683 que perciben los españoles con mejores jubilaciones.
Ni Alemania ni ningún otro país de la Unión Europea disfruta de un Ingreso Mínimo Vital como el que aprobará el Gobierno de Sánchez. No habrá «hombres de negro», ni condiciones leoninas, por ahora, pero es quimérico imaginar que España reciba fondos millonarios de la Unión Europea sin nada a cambio, aunque solo sea el compromiso –muy bien amarrado– de no derrochar. Merkel, como explicaba su amiga veraneante en Sotogrande, adoraba a Mariano Rajoy. Aprecia a Pablo Casado, pero lo ve de otra manera y la semana pasada le pareció bien que el Partido Popular se abstuviera en vez de votar contra el estado de alarma. Cree que el líder de los populares, sobre todo ahora, debe tener la cabeza fría. Con Pedro Sánchez todo se reduce a cordialidad, mientras que Pablo Iglesias despierta recelos generalizados más allá de los Pirineos, pero a pesar de eso, la canciller está decidida a ayudar, pero sin olvidar que «las comidas gratis no existen», aunque luego le deje decir lo que quiera al inquilino de La Moncloa para consumo de su propia clientela.
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