Opinión
Del escrache al acoso
En nuestro país hay un debate silencioso, una batalla incruenta y sin víctimas acerca del género de la enfermedad causada por el virus venido de China. Hay quien dice «la covid» y hay quien escribe «el covid». Se impondrá el «la», con toda probabilidad, porque el diario nacional más progresista ha elegido esa opción y ya se sabe quién lleva las de ganar. Eso es lo que ocurrió cuando llegó, imitada de las prácticas peronistas y chavistas –también castristas– la de acosar al enemigo (porque no es adversario) político, ya fuera en su desempeño cívico, como le ocurrió a Rosa Díez en la Complutense, o en su propia casa, como fue el caso con Rita Barberá y Soraya Sáenz de Santamaría. Acoso de una violencia bestial, física –por la cercanía–, humillante y encaminada a amedrentar. Aun así, y sabiendo todo el mundo de qué se trataba, es decir de acoso, cundió el ridículo término de «escrache». Llegó incluso al diccionario de la RAE con la siguiente definición: «Manifestación popular de protesta contra una persona, generalmente del ámbito de la política o de la Administración, que se realiza frente a su domicilio o en algún lugar público al que deba concurrir». (No hablaremos de la política de la RAE).
Ha llegado la hora de volver a la palabra correcta, ahora que el vicepresidente del Gobierno se dedica a amenazar con el acoso a sus enemigos políticos y a los periodistas. Eso sin que el Presidente de ese mismo Gobierno le obligue a rectificar y disculparse. Los actos de acoso son detestables siempre y jamás tienen la menor justificación. Alentados desde el Gobierno, adquieren una nueva categoría. La violencia queda instalada en el discurso público como una opción política más.
El problema no serán los nuevos actos de acoso por parte de quien los llamó, con una expresión de estricta raigambre fascista, «jarabe democrático». El problema viene más bien de la naturalidad con que desde el progresismo se ha aceptado que la violencia forma parte de los usos legítimos en política. Una vez que el Gobierno ha aceptado ese principio, es de suponer que sabe que queda legitimado también cualquier otro uso de la violencia política. Quizás es eso lo que se quiere. Con la crisis a la que nos encaminamos, y con la exasperación causada por la enfermedad y la política frentista del Gobierno, vamos a un nuevo paisaje, siniestro.
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