Opinión

Industria vicaria y subsidios

Pablo Iglesias, profesional de la agitación desde la adolescencia, disfruta de la bronca, ya sea con Cayetana Álvarez de Toledo o con Iván Espinosa de los Monteros. El líder de Unidas Podemos vive cómodo en la confrontación, cuanto más crispada mejor y si logra confundir a PP y Vox, premio gordo. Es su medio natural y lo aprovecha sobre todo si el espectáculo permite poner sordina a asuntos como el enredo de Marlaska con la Guardia Civil o el cierre, no por anunciado menos doloroso, de Nissan en Barcelona, que creará unos 3.000 puestos de paro directos y quizá hasta 20.000 indirectos.

La industria del automóvil en España, entre las grandes de Europa e incluso del mundo, es vicaria. Los centros de decisión no están en España y eso es un riesgo, agravado en tiempos de desglobalización. SEAT fue la última aventura española en el sector del automóvil que, carente de tecnología, capital suficiente y en manos del Estado, devino en ruina. Para asegurar el empleo y la producción fue vendida a Volkswagen y allí acabó la historia de la industria del automóvil española. Las factorías de las grandes marcas siguieron en España –la mayoría continúan–, gracias a salarios más atractivos para las matrices que los de otros lugares. «España ha sido un país sin capitalismo», dijo Alfonso Escámez, líder discutido de la banca española en los años noventa del siglo XX, cuando presidía el Banco Central, absorbido por el Santander en tiempos de Emilio Botín. Nunca hubo en España capital suficiente ni para el automóvil ni para otras tantas cosas y esa ha sido la gran debilidad de la economía española, siempre dependiente de la inversión extranjera. Ahora, otros países han inyectado dinero en su industria y si España no lo hace es porque no lo tiene y debe pedirlo prestado. Simple.

El cierre de Nissan en Barcelona, con una factoría al 30% de su capacidad, es el final de una historia anunciada. No ha sido decisivo, pero todo ayuda. Hace un año, la ahora vicepresidenta –en horas bajas– Teresa Ribera, afirmó que «el diésel tiene los días contados». Tuvo que rectificar, pero el mal estaba hecho. Joana Bonet, teniente de alcalde de Ada Colau en Barcelona, al principio de la pandemia sugería que era el momento de evitar que todo eso –la industria del automóvil– «se reactive». No ha tenido nada que ver en la decisión de Nissan, pero se ha salido con la suya. Hoy el Gobierno aprueba el Ingreso Mínimo Vital, un subsidio necesario para salvar situaciones límites, pero que no es una solución de fondo, aunque algunos sueñan que sirva para asegurar votos cautivos, vicarios.