Historia

Di sí a la censura

Propongo empezar por cambiar el nombre y en lugar de “Lo que el viento se llevo” titularla “Lo que el viento no se llevó porque no es suyo, que es de todos”.

Estoy muy a favor de que “Lo que el viento se llevó” desaparezca del catálogo de HBO y vuelva, si vuelve, “tras un plazo respetuoso de tiempo” (sic) acompañada de una explicación.

De lo contrario, dado que muestra prejuicios étnicos e injusticias que se cometieron en ese periodo -qué locurón, ser riguroso con el contexto histórico-, esa casi idealización de la esclavitud y de las diferencias raciales, cualquiera podría caer en la tentación de esclavizar negros y explotar plantaciones. En Torrelavega, por ejemplo. Incluso alguno podría descolgar cortinones en teatros para hacerse vestidos cuquis, pasearse con espadas al cinto o allanar huertas al atardecer para mordisquear hortalizas desesperadamente y poner a dios por testigo de sus planes a medio y largo plazo.

Lo ideal, para no caer en eso tan fascista que es la censura -sin ser nosotros nada de eso- sería volver a rodarla en una versión con perspectiva de género y racial, respetuosa con las minorías y los colectivos en riesgo de exclusión. Sería caro, pero todo esfuerzo es poco para conseguir un mundo mejor.

Propongo empezar por cambiar el nombre y en lugar de “Lo que el viento se llevo” titularla “Lo que el viento no se llevó porque no es suyo, que es de todos”. Y así dejamos ya clara nuestra postura desde el principio. A continuación, urge igualar la representación: idéntico número de mujeres que de hombres y de negros que de blancos. Es importante que pasemos el test de Bechdel, así que los personajes femeninos hablaran todos entre ellos en algún momento de cosas que no sean hombres.

Los esclavos, además, pasarían a ser empleados con contrato fijo, fines de semana libres y 30 días de vacaciones pagadas. El seguro médico sería a cargo de la empresa. La familia O’hara, muy comprometida con los derechos humanos y la conciliación familiar, construiría en “Tara” una guardería para que los empleados no tengan que separarse demasiado tiempo de sus hijos menores. Scarlett, considero, debería ser transexual. Orlando de nacido -la madre es colombiana, el entorno familiar es claramente multicultural- se dio cuenta pronto de que se sentía mujer y así lo hizo saber a la familia, que le apoyó en todo momento y le acompañó en el proceso de transición de Orlando a Scarlett. Enamorada de Ashley Wilkes, durante una celebración en “Los doce robles” le comunica que ella no cree en el amor romántico, que le quiere pero no le necesita, y que el matrimonio es un constructo social para someter a la mujer y que no será ella quien le haga el juego al heteropatriarcado estructural. Y que si le pasa la sal. Wilkes, un aliado de la lucha por la liberación de la mujer, la invita a ir juntos a la manifestación del 8M pero ella se indigna mucho porque ese día los hombres deberían estar en un segundo plano. Al retirarse airada se cruza con Rhett Butler que le dice “bonitos ojos tienes” y ella le reprende por el atrevimiento. Los piropos cosifican y a mí no me cosifica nadie, guapo. Él se disculpa y revisa sus privilegios. A punto está de estallar una guerra, pero al final no, porque es lo que pasa si hay una guerra y no va nadie. Que no hay guerra. Lo que sí hay es una redistribución de la riqueza -todo el mundo pone todo lo que tiene en medio de la plaza Mayor de Georgia (¿Georgia tiene plaza Mayor?) y luego se hacen tantas partes como gentes hay en Georgia-. Y todo el mundo vive en el centro de Georgia porque todo el mundo tiene derecho a vivir en el centro y ni gentrificación ni leches. El centro de Georgia se conoce que es muy grande.

Scarlett hace un máster en perspectiva de género y da clases en la universidad (de Georgia). Mantiene una relación abierta con Butler, cada uno en su casa, y vive felizmente empoderada el resto de su vida. No tuvo hijos, que eso esclaviza (guiño, guiño). A lo largo del metraje aparece una amplia muestra de la diversidad social: gitanos, indios, murcianos, minusválidos, acondroplásicos, pelirrojos, hipertensos, ebanistas, disc jockeys… Acaba bien.

No, en serio. Yo antes estaba muy en contra de este revisionismo actual, de este juzgar la historia desde el ahora, con nuestra actual perspectiva, obviando el contexto histórico y las especiales circunstancias del momento. Me parecía tan tonto como enfadarnos con nuestros bisabuelos muertos por no saber utilizar ordenadores. En mi opinión, la de entonces, la historia no está para reescribirla sino para conocerla y entenderla, para ofrecernos una explicación de por qué nuestro presente es este y no otro. Para, incluso, ayudarnos a no cometer los mismos errores y cometer otros nuevos, que ayudarán en el futuro a que otros hagan lo propio. Nunca sé, además, dónde debe uno parar. ¿Hasta dónde es legítimo pedir cuentas? ¿Desde qué momento hasta cuál exactamente es revisable y, por lo tanto, resarcible? ¿Hasta la segunda república? ¿Hasta el reinado de los Austrias? ¿La revuelta Mudéjar? ¿Por cuántas cosas que hicieron otros debe uno afligirse y culpabilizarse, o culpabilizar a otros, y exigir disculpas o darlas? Parece ser que, como mínimo, hasta la Guerra de Secesión. Pero no descartaría nada.

Ahora no, ahora estoy muy a favor. Creo que deberíamos reescribir toda la historia y que en los colegios se estudie solo la parte que los que siempre saben lo que es mejor para todos consideren adecuada, para no traumatizar y ofender a nadie y evitar que puedan sacar sus propias conclusiones y no las suyas, las de los buenos, las correctas. Censurar todas las pelis que sea necesario -Lo que el viento se llevó por idealizar la esclavitud, American Psycho por blanquear el acoso laboral, E.T. por especismo hacia los alienígenas-, todos los libros precisos -Lolita por apología de la pederastia, Diez Negritos por racista, El Viejo y el Mar por gerontofobia-, canciones -todas, que tengo amusia-.

Es muy importante que se haga y que se haga ya. Con un poco de suerte, nuestros adolescentes quedarán, en lugar de para ver porno y fumar porros, para visionar en la clandestinidad películas de Woody Allen, Kubrick y Polanski, para leer a los clásicos, para escuchar a Plácido Domingo. Tendrán discusiones furibundas sobre si era mejor Unamuno o Valle Inclán, serán de Quevedo o de Góngora, leerán a Neruda. Con un poco de suerte, digo, si nos sacrificamos nosotros, la próxima generación será libre e ilustrada en lugar de mema, melindrosa y revanchista.

Hagámoslo por ellos.

Di sí a la censura.