Opinión
Teoría y práctica del disimulo
Pablo Iglesias, tras acceder al Gobierno, nunca ha contemplado la opción de abandonar el Consejo de Ministros, al menos por iniciativa propia. Jordi Pujol, ahora que Convergencia Democrática de Catalunya (CDC), expira en un concurso de acreedores, decía que todo estaba escrito en las «Vidas paralelas» de Plutarco, su autor de cabecera. Iglesias, por su parte, también lo tiene todo escrito en su seminal «Disputar la democracia», con prólogo de Alexis Tsipras, publicado en 2014. Recién proclamado Rey Felipe VI, en los estados mayores de los grandes partidos, en los comedores privados del Ibex y también en los pasillos palaciegos, la sola hipótesis de que Pablo Iglesias accediera al Gobierno se despreciaba como una distopía imposible. «Esto no es Venezuela», afirmaba convencido uno de los arquitectos de la transición real un 12 de diciembre de 2014 en el Palacio de Oriente durante la recepción del día de la Fiesta Nacional, tras el tradicional desfile militar. El líder de Unidas Podemos quizá no volvería a escribir ahora aquel libro, pero lo escrito, escrito queda y en esas páginas explica que los grandes cambios hay que hacerlos desde el poder y que, una vez alcanzado, hay que conservarlo.
Pedro Sánchez, al que le quedan pocas prédicas televisadas de fin de semana, en la «nueva normalidad», debe lidiar con la obtención de las ayudas europeas y con la convivencia con sus compañeros de Consejo de Ministros. Por una parte, necesita el maná europeo –que incluirá condiciones–, pero también precisa que Iglesias pastoree, como hace, a sus apoyos parlamentarios más extremos, desde ERC hasta Bildu, cuando hace falta. Al mismo tiempo, quizá con un empujón propio, ha surgido la opción de que Nadia Calviño presida el Eurogrupo, algo que coloca a Sánchez entre el dilema de apoyar algo de prestigio para España pero que, en vísperas de la elaboración de unos Presupuestos que deberá bendecir la Unión Europea, genera urticaria a Iglesias. España no saldrá de la crisis sin el apoyo europeo y tiene la gran ventaja de que en esta ocasión Bruselas pondrá condiciones, pero también evitará forzar la máquina y que haya exigencias públicas tan drásticas como en la Gran Recesión. La Unión Europea está decidida a aplicar la teoría del disimulo, similar a la que practica Iglesias en un Gobierno del que nunca ha pensado marcharse. El propio Iglesias, entonces sin disimulo, lo dejó escrito: «el poder es el poder».
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