Opinión

Napoleón y Sánchez, cien días

Mark Twain defendía que «la historia no se repite pero rima», una posición ecléctica entre los convencidos de que todo está más o menos determinado y quienes creen que el futuro no está escrito sino que, como afirmaba Popper, depende de nosotros mismos. Nadie niega, sin embargo, coincidencias curiosas. El llamado Imperio de los Cien Días de Napoleón Bonaparte duró exactamente desde el 20 de marzo de 1815 hasta el 22 de junio, cuando abdicó definitivamente, tras ser derrotado en Waterloo –justo donde ahora vive Carles Puigdemont– por las tropas de Wellington. Fechas, 220 años después, casi idénticas a las de Estado de Alarma decretado por Pedro Sánchez para luchar contra la pandemia. Comenzó un 16 de marzo y concluye cien días mas tarde un 22 de junio. Ahora, no ha habido Waterloo ni abdicaciones, pero sí covid-19, un enemigo tan temible como invisible, que todavía puede vender cara su derrota y cuyo más que previsible contraataque preocupa y asusta.

Cien días después del inicio del Estado de Alarma en España, el paisaje después de la primera gran batalla contra la covid-19 abriga esperanzas sanitarias, pero es desolador en el terreno económico. Evoca a Pirro, el rey de Epiro, que tras derrotar a los romanos en el campo de batalla, espantado por el coste del triunfo, dijo que «otra victoria como esta y volveré solo a casa». Cien días después, el balance oficial de fallecidos asciende a 28.315, que pueden ser más. Es el más dramático ahora mismo, pero habrá otras secuelas terribles. Las consecuencias económicas de cien días de alarma –incluidos confinamientos extremos– se prolongarán en el tiempo y pueden provocar tantas o más víctimas como el virus. El mazazo económico ha caído sobre todos los países, pero en España se ha dejado sentir más fuerte, por errores presentes y pasados. Cien días después, la deuda pública ha aumentado en 35.000 millones, el PIB ha caído entre un 20 y un 25% –80.000 millones–, se han destruido, en términos netos, unos 700.000 empleos y alrededor de dos millones de trabajadores permanecen en el limbo de los ERTEs, sin que nadie garantice su futuro. La historia no se repite, pero a veces rima, como los cien días de Napoleón con el Estado de Alarma de Sánchez, que no es probable que haya leído a Sófocles: «Siempre se repite la misma historia: cada individuo no piensa más que en sí mismo». Waterloo es eterno.