Opinión
Comisión para la deconstrucción
Ferran Adrià, el genio y el mago de los fogones, sublimó la técnica de la deconstrucción en la cocina, simbolizada en la «tortilla de patata deconstruida», servida en una copa alta y estrecha. El secreto consistía, más o menos, en cocinar cada uno de los ingredientes de la receta por separado y luego presentarlos unos encima de otros sin mezclar, algo que se dejaba para que lo hiciera el comensal con una cuchara larga que introducía hasta el fondo de la copa. El resultado, en el paladar, debía ser similar al de la tortilla original. La técnica, llevada hasta el virtuosismo por Adrià, tuvo y tiene éxito y la «tortilla de patata deconstruida» es un manjar, como la original, digno de las mesas más exigentes, desde el Cabo de Hornos hasta el Cabo Norte, sin olvidar las más afamadas ya sean de Londres, París o Nueva York, sin olvidar las de la vieja piel de toro, de Hendaya a Gibraltar y del cabo de Rosas a Finisterre.
La tortilla deconstruida es exquisita, pero no es tortilla de patata, igual que la Comisión para la Reconstrucción del Congreso de los Diputados, y que hoy da sus penúltimas bocanadas, no es una versión nueva de los Pactos de la Moncloa. Presidida por el confuso Patxi López y vicepresidida por Enrique Santiago Romero, secretario general del Partido Comunista de España, es una Comisión para la deconstrucción, pero sin el «glamour» de la receta de Adrià. López nunca hubiera llegado a nada con Felipe González y es dudoso que Romero hubiera llamado la atención de Santiago Carrillo, dos de los líderes históricos que, como los demás, suscribieron con generosidad los Pactos de La Moncloa tantas veces invocados en vano por Pedro Sánchez.
Pablo Hernández de Cos, gobernador del Banco de España, acude hoy a la Comisión del Congreso y llega, consciente del terreno que pisa pero con una brizna mínima de esperanza, con un rosario de propuestas para abordar el futuro económico de España. Puede darse la paradoja de que Hernández de Cos resulte tan respetado como ignoradas sus sugerencias, esbozadas por alguien independiente –y todo lo neutral que es posible– que también fue uno de primeros abanderados en enarbolar la bandera de una cierta mutualización de la deuda en Europa y de los estímulos de gasto para combatir la pandemia y que al mismo tiempo es un defensor de la consolidación fiscal, es decir, de la reducción de los déficits públicos. Eso no significa, obligatoriamente, menos gasto, sino un equilibrio, futuro pero irrenunciable, entre ingresos y gastos. La solución final es política. Hoy, el gobernador ha dejado encima de la mesa, en forma documento exhaustivo, una hoja de ruta para afrontar la crisis. Utilizarla o archivarla en la papelera depende de si la voluntad, sobre todo del Gobierno y de sus socios, pero también de la oposición, es construir o deconstruir. Y no está claro.
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