Opinión
Teletodo, telenada y enredos en Moncloa
Yolanda Díaz, titular de Trabajo, antigua abogada laboralista, es sin duda la ministra del Gobierno de Pablo Iglesias –el de Sánchez es otro aunque compartan Consejo de Ministros– que tiene los pies más cerca de la tierra, aunque a veces no demasiado. Enredada con los ERTEs, que son paro embalsado, ahora está también preocupada por regular todo lo posible el teletrabajo. Ha sido, en los peores momentos del confinamiento, una válvula de escape económica para muchas empresas y para millones de trabajadores. No solo evitaban un ERTE, o lo mitigaban, sino que además encontraban una ventana abierta, con todas sus limitaciones, a la interacción laboral, que también es social. Antes de la pandemia, según datos del Banco de España, el teletrabajo alcanzaba al 8,3% de los trabajadores –1,6 millones– en distintos grados. Una encuesta de urgencia, a finales de abril, constataba que, allí donde era posible, hasta el 80% de las empresas habían recurrido al teletrabajo que ahora ha llegado y muy de repente para quedarse. El mismo Banco de España estima, sin poner fecha, que puede llegar al 30,6% de la población activa, algo más de seis millones de trabajadores. La pandemia, más allá de la tragedia, ha propiciado el gran salto hacia adelante del teletrabajo en España y, sin duda con algún defecto, ha funcionado. La ministra podemita, enseguida, quiere regularlo. Es necesario, claro, pero se corre el riesgo –por algo tan español como el exceso de reglamentación– de taponar o de estrechar un camino de oportunidades que está ahí. La muy complicada legislación laboral española, con todas sus reformas, hunde sus raíces en el paternalismo franquista, que creó procelosas ordenanzas laborales para cada sector y subsector. El sindicalismo de clase luchó contra la falta de libertad política, pero también añoró ciertas reglamentaciones algo que olvidó ya hace tiempo, pero que ahora parece revivir la ministra Díaz. El teletrabajo necesitará regulación, es cierto, pero ojo con caparlo cuando empieza a eclosionar.
El Estado de Alarma ha sido un tiempo de teletodo que no debe conducir a otro de telenada. El Gobierno de Sánchez –diferente del de Iglesias– debería apostar por el teletrabajo con más contundencia de lo que los rumores de los enredos en la Moncloa dicen que apoya a Nadia Calviño para el Eurogrupo, un puesto que no tiene asegurado. Al presidente le susurran –¿será Iglesias?– que la ministra de Economía al frente del organismo europeo quizá se vería obligada, para dar ejemplo, a ser «más papista que el Papa» y ser la primera en aplicar las medidas más ortodoxas –también complicaría la obtención de grandes ayudas–, algo que el vicepresidente no quiere y tampoco Sánchez que, ¿quién sabe?, acaso no llore una derrota europea de Calviño. Todo es posible en política.
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