Opinión

Diplomacia vaticana

Que la paz reine en Tierra Santa es uno de los objetivos prioritarios de los papas. ¿A quién en este mundo puede interesarle más que no haya conflictos ni guerras en la tierra que vio nacer a Jesús? Ya en su día Pio XII y Juan XXIII hicieron todo lo posible para que en Palestina las armas y las bombas no tuvieran la última palabra. Pablo VI en su histórico viaje de 1964 a Jordania e Israel hizo un llamamiento para que palestinos e israelíes conviviesen pacíficamente. Juan Pablo II, a través sobre todo de su entonces Ministro de Asuntos Exteriores Monseñor Tauran, desplegó toda su influencia para convencer a la comunidad internacional de que debía garantiza las resoluciones de la ONU sobre la existencia de los dos estados.

Francisco ha continuado tenazmente en esa línea. El 8 de junio del 2014 invitó al Vaticano al ex primer ministro israelí Shimon Peres y al palestino Mahmud Abbas para invocar junto a él y al Patriarca Ecuménico de Constantinopla Bartolomé la paz en Tierra Santa. A todos pidió en esa ocasión que dijesen sí al diálogo y no a la violencia, sí a las negociaciones y no a las hostilidades, respeto a los pactos y renuncia a toda provocación.

El primer Ministro Netanyahu con el respaldo de Trump ha anunciado su propósito de anexionar una parte de los territorios palestinos en Cisjordania. El Secretario de Estado Cardenal Parolin ha convocado a los embajadores de Israel y de los Estados Unidos para manifestarle la preocupación de la Santa Sede por esta acción unilateral que «podría ulteriormente poner en riesgo la búsqueda de la paz entre israelíes y palestinos y la delicada situación en Oriente Medio». Un gesto diplomático de extraordinaria firmeza.