Opinión

¿Quieren acuerdos, o no?

Que desgraciadamente la política española está igual o más crispada que antes de la crisis del Covid-1 es una evidencia irrefutable, casi tanto como el hecho de que, encuestas en mano –y exceptuada la del CIS por «vergüenza torera»– hay formaciones cuya vía de subsistencia no es otra más que la de la permanente confrontación. Con esto no me estoy refiriendo exclusivamente a los extremos de VOX por un lado y de Unidas Podemos y el independentismo más tramontano por otro, sino a un magma viscoso y plúmbeo que agarrota cualquier posible acuerdo de esos que llaman los «estupendos» con altura de miras, entre los que realmente importan y que no son otros más que los dos grandes partidos con vocación y currículum de gobierno en nuestro país.
Cualquier extraterrestre llegado de golpe para observar el devenir reciente de nuestro patio político, o bien no entendería nada frente a dos partes que piden acuerdo, pero no acuerdan, o bien se marcharía dando por buena la existencia de una «política cuántica» que permite decir y hacer dos cosas igualmente validas al mismo tiempo. El panorama lo que arroja por lo tanto es una estrategia clara y meridiana por parte del principal partido del Gobierno encaminada a no perder el argumentario que tantos réditos le dio en las últimas convocatorias electorales para situarse como primera fuerza y a afianzar la permanencia de Sánchez en La Moncloa a toda costa y a cualquier precio. Estrategia sostenida –con notable éxito encuestas a la vista– en tres grandes pilares. El primero y más importante mantener la llama del «espíritu» de la moción de censura con el pacto «Frankenstein» como clave de bóveda durante toda la legislatura, con encuentros y desencuentros con el socio podemita con el que están obligados a entenderse y a cuyo líder Iglesias incluso se le permite marcar la agenda del Gobierno y con el independentismo de ERC a quienes una de cal y una de arena les sirve en clave catalana, conscientes además del «chollo» que supone un socio como el actual en el Gobierno de la Nación. El segundo, pasa por la ingeniería de pactos que aporta la «geometría variable» donde la nueva Ciudadanos de Arrimadas en busca de su identidad juega su papel cuando y donde toca al son por supuesto de la partitura socialista. Finalmente un tercer pilar es evitar la pérdida del argumento de la tensión frente al adversario secular, dado que la gestión de gobierno deja mucho que desear y aquí lo fácil y recurrente es poner en marcha toda la maquinaria propagandística para situar al PP como desleal, anti patriota y paradigma de un «no es no» cuya paternidad todos conocemos. Da igual que Casado tienda una o mil veces la mano, si no ofrece cheques en blanco es que no quiere dialogar, pero si apoya –palabras de la ministra portavoz en sus «mítines monclovitas»– es que hace electoralismo. De modo que, si la demoscopia no parece castigar el desaguisado del Covid y el ventilador del detritus no para de girar, Pablo Casado sabrá lo que hace.