Con su permiso

Las malas compañías

La liturgia de cambiar las placas de las calles no es privativa de este tiempo ni de un lado de la política

Paco Rabal y Asunción Balaguer.
Paco Rabal y Asunción Balaguer.IlustraciónPlatón

Estrella no sale de su asombro. Que a estas alturas haya que decirle a alguien quién fue Paco Rabal escapa a su capacidad de entendimiento. Es posible que muchos jóvenes de esos que se alimentan de la frenética inmediatez de la cultura del móvil ignoren que ese caballero llenó la escena española de talento y bonhomía, y que nuestra cultura le debe sus pellizcos de arte, no menores, su personalidad singular y heterodoxa, y un compromiso con su país y su gente del que no todos pueden presumir. Pero que lo pasen por alto señoras y señores políticos hechos y derechos se le antoja insólito. Escandaloso, en realidad. Porque acaso no lo obvien, acaso sepan muy bien de su talento de gigante y su socarronería de corazón, pero les pese más una idea tribal y primitiva del compromiso, que a su luz sólo puede basarse en la verdad que sustentan, de modo que quien no piense igual no se compromete y además es un enemigo, o al menos alguien que merece la oscuridad y el silencio. Como Paco era rojo, pues volvemos a enterrarlo. Y a Asunción Balaguer, igual. No hay méritos para los intolerantes más allá de su propio horizonte limitado o enfermo. Porque hay que estar enfermo para quitarle las placas de reconocimiento y homenaje a Paco Rabal y a su amadísima (a su manera, peculiar, incomprensible a veces, tan distinta) compañera en el pueblo donde decidieron un día irse a vivir con su familia. Alpedrete, en Madrid, pasa a la historia como uno de esos lugares en que la memoria perdura lo que se extiende en el tiempo y en el espacio la ruinosa mezquindad de sus dirigentes municipales. Este país debería estar (yo creo, quizá con demasiado optimismo, que está) orgulloso de artistas como Paco Rabal, y admirado de mujeres como Asunción Balaguer. Y ante atropellos como el decidido por una corporación que se hiere a sí misma al pretender no se sabe muy bien qué restitución, levantarse como quien afrenta una ofensa y decir que por ahí no vamos bien.

La liturgia de cambiar las placas de las calles no es privativa de este tiempo ni de un lado de la política. Pero hay memorias y desmemorias. Ni Paco ni Asunción fueron dictadores o crearon leyes que discriminasen, tampoco fue lo suyo hazaña de guerra ni hoja de conquistas sobre voluntades ajenas. Lo que hicieron fue entretener y crear, ser artistas de universal reconocimiento y enorme aportación a la cultura española. Esa fue su obra y eso se reconoce en las placas que ha tirado Alpedrete a la hoguera en un acto que sólo puede entenderse, que nunca aceptar, como palmaria expresión de una idea sectaria de la cultura. Por pura miseria moral. Porque es miserable hacer esto con ellos. Como lo sería una acción similar desde el otro lado (que, desgraciadamente, de bandos volvemos a hablar). Censurar la memoria es el recurso de quienes no pueden censurar la realidad. Ahora hacemos como si Paco y Asunción no hubieran existido. Ya no hay placa, ya no están. Adiós. Y no. El ánimo de Estrella se conmueve hasta la indignación y le dan ganas de gritar contra esa política de símbolos dolorosa y frívola tan presente en la vida pública española.

Los políticos deberían dedicarse a actuar, a cambiar con hechos la realidad, a cumplir con las promesas que cargan las mochilas con las que llegaron al poder. Pero casi siempre las tiran cuando pisan moqueta. Nunca puedes creer a un político en campaña porque cuando llegue donde te pide que le pongas se olvidará de tus problemas. Gestionará su supervivencia por encima de tu interés. Estrella lo ve así desde hace años, y más aún en estos tiempos de fragmentaria inestabilidad y zozobra de lo humano. Si acudieron a movilizar las pasiones para conseguir el voto, seguirán utilizando las emociones y los símbolos para buscar tu aprobación y mantenerse.

El Partido Popular de Alpedrete se ha sometido a la voluntad de Vox para poder seguir gobernando. Muy bien; ahí siguen el alcalde y sus concejales. Pero la primera consecuencia es el descrédito de un partido que no ha tenido su mejor semana después de que Feijóo, azuzado por el temor a ser sobrepasado por Vox en Cataluña, cometiera el inmenso error de relacionar directamente emigración ilegal con ocupación de casas. ¿Puede alguien que aspira a gobernar emitir mensajes de ese calado? ¿Puede un partido que aspira a gobernar, hacer suyas infamias como el entierro de Alpedrete? Estrella piensa que no. Y quiere creer que esto no es sino fruto del miedo.

Pero ya puestos en dar valor a lo emocional y a lo simbólico, que es lo que en la presente escena política más recorrido parece tener, estaría bien que la alternativa política a la desvergonzada incoherencia que nos gobierna, se anduviera con ojo en esto de emitir mensajes y acudir a símbolos de la mano de la ultraderecha. Porque parecería que no han aprendido de las elecciones generales y el daño que sus matrimonios por las prisas con Vox en las autonomías, le hizo a Feijóo el 23 de julio.

A Estrella le inquieta la creciente impresión de que no parece haber alternativa seria al actual gobierno de España. Pero quizá sea sólo una impresión.