Opinión

Nervios de Calviño, Iglesias y otros

Nadia Calviño afronta, con dudas y nervios, la que podría ser su «Semana Grande», «o no», como diría Rajoy. El jueves, el Eurogrupo –Consejo de ministros, informal pero influyente y decisivo, de los ministros de Economía y Finanzas de la Unión Europea– elige a su nuevo presidente, que sucederá al portugués Mario Centeno. Calviño, presentada al principio como favorita por los forofos pro-gubernamentales, no lo tiene sencillo. Necesita 10 votos de un total de 19 y compite con el irlandés Donohoe y con el luxemburgués Gramegna. Un mal resultado en una primera votación, con los tres en liza, cercenaría sus posibilidades. Tiene a su favor el voto del ministro alemán Olaf Scholz y lo que significa el apoyo germano, pero puede ser insuficiente. El gran obstáculo que encara Calviño es que, en el Eurogrupo, el voto suele ser ideológico y, en ese foro, conservadores y liberales suman más que los socialistas. No es imposible que la ministra española sea elegida, pero ahora está en el aire, dependiente de la decisión de países, como Francia, siempre una incógnita hasta el último momento.
Nadia Calviño aspira a la presidencia del Eurogrupo desde un Gobierno socialista, aunque su trayectoria –y eso le puede beneficiar– no es la de una socialista radical. Es amiga de Luis Garicano, el hombre de C’s en Europa muy crítico con el Albert Rivera que descartó un pacto, cuando era posible, con Sánchez, aunque siempre recuerda que el líder del PSOE nunca hizo ningún acercamiento entonces a los naranjas. Sánchez, se diera cuenta o no, entonces ya estaba enredado por Iglesias, que estuvo detrás de muchos de los que se presentaron en la penúltima noche electoral a las puertas de Ferraz para gritar: «¡Con Rivera, no!». «La mayoría no eran socialistas», dice un militante del partido de la rosa que sí estuvo allí, «porque si lo hubieran sido, yo los conocería y no conocía a casi nadie».
Pablo Iglesias, ahora inquisidor de informadores cuando en otros tiempos defendía «asegurar la máxima libertad de los periodistas a la hora de trabajar» (Disputar la Democracia, p. 169), también están nervioso. El turbio asunto de la tarjeta telefónica, perdida y hallada, le debilita y, además, lo último que desea es ver a Calviño de presidenta de Eurogrupo, lo que significaría una cierta garantía de una mínima ortodoxia en la política económica, aunque quienes conocen a la ministra destacan tanto su capacidad, como su predisposición a obedecer al jefe, en este caso, Pedro Sánchez, que quiere mantener la coalición con Iglesias. Semana decisiva, porque algo se romperá, tanto si la española accede a la presidencia del Eurogrupo como si no. Nervios de Calviño e Iglesias y de los que aspiran a suceder a la ministra –si no logra su objetivo europeo–, que los hay y le dicen al presidente lo que desea oír, ya empiecen por «E» o por «U».