Opinión

¿De la playa al confinamiento?

Resulta especialmente curioso el contraste entre la imagen de multitudes casi apiñadas en nuestras playas o las «quedadas» festivas en la calle o en los bares nocturnos de copas y un pánico creciente si continúan aumentando los casos originados por los rebrotes, a lo que pudiera ser un nuevo confinamiento general derivado de otra aplicación del estado de alarma por parte de un gobierno central que, lejos de asegurarse un «plan B» se ha limitado a contemplar cómo las comunidades ejercen su autonomía con mayor o menor grado de éxito frente a la nueva oleada del covid-19, que ni ha desaparecido con los calores veraniegos ni parece renunciar a su intención de quedarse durante una buena temporada. El verano nos esta brindando imágenes sorprendentes. Gente disfrutando de sus vacaciones en un intento de ignorar la amenaza todavía más que latente y priorizando una especie de obstinación por auto convencerse de que aquí las cosas son tan normales como en cualquier verano anterior. Casi hacen recordar a la orquesta del Titanic, ya saben, sin parar de tocar a pesar de que el transatlántico se iba irremediablemente a pique, como si ahí no estuviera pasando nada. En este punto no está de más establecer una clara diferenciación entre los que si están cumpliendo con las normativas, a pesar de que a la larga pueden resultar los grandes perjudicados pagando con su ruina la crisis del coronavirus, que no son otros más que los empresarios grandes medianos o pequeños y por ende sus trabajadores y quienes por el contrario dan la espalda a las normas y recomendaciones poniendo en peligro salud y economía. De nada sirve que negocios de todo tipo mantengan escrupulosamente medidas de seguridad como la administración de geles, la distancia entre mesas o el tope de clientes en sus dependencias, cuando unos metros más allá el personal se aglomera en las calles o sencillamente no mantiene distancia alguna en la playa. Si volvemos a un confinamiento como el iniciado el 13 de marzo, además de certificar un fracaso general estaremos sellando muy probablemente el principio del fin de un estado de bienestar incontestable en nuestro país durante las últimas décadas. Una vuelta atrás, aun obligada por las circunstancias sanitarias sería algo demoledor desde el punto de vista económico y psicológico. Escuchaba a un representante del pequeño comercio apuntar un ejemplo especialmente gráfico en este sentido; es como si hubiéramos estado por decreto aguantando la respiración bajo el agua durante minutos y tras permitírsenos salir a la superficie para dar las primeras bocanadas de aire, se nos agarrara la cabeza para volver a sumergirnos. Tal vez por ello sea mucho más crucial afrontar con sentido común la actual situación y es aquí donde el papel de las administraciones debe pasar la gran prueba del algodón de asumir medidas impopulares sin detenerse en posibles costes demoscópicos. No lamentar males mayores pasa por algo tan sencillo como huir de vacuas recomendaciones que no todos voluntariamente van a aplicar. Por favor, gobiernen, que para eso les hemos puesto.