Opinión

Codicia de Al Andalus

Conviene que el verano tórrido no nos haga indiferentes a la transformación de la enorme iglesia-museo de Santa Sofía de Estambul en mezquita. Se trata de un golpe gravísimo a la paz cultural entre Europa y Turquía, entre cristianismo e islam. Una retroversión de la separación culto-estado, tan eficazmente lograda en la nación otomana con el líder Ataturk.

Se suponía que Turquía iba en cabeza entre las naciones musulmanas confesionalmente modernas. De hecho, Ankara aspiraba a entrar en la Unión Europea desde su puesto crucial de aliado de la OTAN. Nada de eso será posible ahora. Volvemos al integrismo, a la unión del alfanje y la media luna. Es un golpe en la línea de flotación de la evolución de las naciones islámicas. Y con ello revive también el sueño de la reconquista de todos los territorios que alguna vez fueron de la «umma», la comunidad musulmana, España entre ellos. Una reclamación inherente al yihadismo, que codicia entre otras cosas la mezquita catedral de Córdoba.

La nostalgia de Al Andalus (ojo, el territorio abarcaba toda España originalmente) está tan viva que, en el sur de la península arábiga, mascando «khat» en un salón, con un grupo de hombres en un atardecer de Saná de principios de los 2000, la mente de mis anfitriones voló a Córdoba y Granada y –quizá por efectos de la droga– me confesaron impúdicamente que aún consideraban vagamente suyos esos pagos.

Ahora el dirigente Erdogan le ha dado un frenazo a la evolución política y ha decretado que el templo de Estambul, que durante más de mil años fue la sede de la cristiandad oriental tras la caída del Imperio Romano (o sea, para que nos hagamos una idea, el San Pedro del Vaticano de la mitad oriental de Europa) pase de museo y símbolo de convivencia a transformarse en mezquita. La cosa tiene además peligro arqueológico, porque Santa Sofía, consagrada al nombre de la Sabiduría del Espíritu Santo, conserva mosaicos con representaciones humanas valiosísimas de Cristo, los Santos, los Ángeles y toda la corte imperial de Bizancio, que deberían ser tapados para hacer compatible el edificio con el culto. La antigua iglesia forma parte del patrimonio mundial de la UNESCO y Ankara no puede hacer eso unilateralmente, como lo ha hecho. La organización ha exigido negociaciones a Erdogán, pero está ignorando los requerimientos.

El gesto es de una agresividad extraordinaria. Tiene no sólo un perfil religioso negativo, sino consecuencias políticas internacionales. La deriva intolerante del régimen turco es mal ejemplo para tantas naciones que pretenden evolucionar –Argelia, Túnez, Marruecos– y confirma una involución que nos afecta especialmente a los que un día fuimos islamizados. Habrá que estar atentos.