Opinión

Las discrepancias

Lo más normal en la vida es que no existan nunca dos personas con opiniones exactamente iguales. Comprobado eso por la experiencia en la existencia cotidiana, resulta entonces difícil de entender las exageradas expectativas que, sobre ese asunto, solemos tener gran parte de las gentes. Lo más pragmático debería ser esperar que nadie coincidiera con nosotros y gestionar las futuras discrepancias con realismo. Por contra, sin embargo, es muy habitual en general que nos irrite el hecho de que alguien no opine como nosotros y nos lleve la contraria; como si tal cosa fuera un hecho inusitado o un comportamiento contra natura. Cuando eso sucede, tendemos a ver al discrepante como si fuera una mala persona o alguien negativo para nosotros, sin darnos cuenta de que la diferencia de criterios es simplemente una característica inevitable de la vida en comunidad. Gran parte de los problemas que tienen las colectividades humanas se sobrellevarían mucho mejor si no nos sulfuráramos de una manera tan infantil y patética cuando alguien nos lleva la contraria. Al fin y al cabo, no hay nada mejor que la discrepancia: garantiza la diversidad, nos pone delante de la original individualidad de cada uno. Es, además, emocionante; porque no hay nada mejor que una buena controversia para presenciar un combate intelectual de talla, sobre todo si los contendientes no caen en la ingenuidad de creer que llegan a la contienda libres de prejuicios. No. No hay nada mejor que llegar con un buen prejuicio y un sano conocimiento de ese prejuicio propio, pero eso sí, estar dispuesto a cambiarlo si hay argumentos de peso que nos muestren claramente que las cosas podrían ser de otra manera diferente a cómo pensamos.

Para acabar de completar el panorama e introducir el siempre indispensable elemento de confusión paradójica propio de lo humano, existen también los que discrepan de la discrepancia; los que aspiran a que no existan personas con opiniones disímiles. En esa línea, hay quien piensa que siempre sería mejor y mucho más práctico un mundo supremacista, monolingüe y de pensamiento único. Es entonces cuando ahí debo detenerme y afirmar decididamente que lo siento, pero que discrepo de ello.