Opinión

Sánchez y los finales de Hamlet

Pedro Sánchez también duda, como Hamlet, el atormentado príncipe de Dinamarca. No es su modelo, pero siempre hay coincidencias. Aspira batir el récord de 14 años de Felipe González en la Moncloa. Está convencido de que se lo juega todo en los próximos meses y escruta la opción que más le conviene. La pandemia y la economía condicionan casi todo, pero puede haber alternativas. El déficit, en términos anuales, ronda el 17% –terminará el año cerca del 14%–, la deuda campa por el 120% del PIB y no hay inflación. Primera duda. En ese escenario, incluso economistas socialistas creen que sería un disparate subir el salario de los empleados públicos y las pensiones. Sánchez también lo sabe. Sin embargo, es impopular, y ahí están Iglesias y su tropa que, a regañadientes, renunciarán a la subida de impuestos, pero exigirán más gasto. La cuadratura del círculo. Segunda duda. Hay que elegir entre los «indepes» de ERC más los disidentes de Puigdemont y Arrimadas y Ciudadanos como aliados para los Presupuestos. Un dilema porque el líder del PSOE sabe que en el futuro puede necesitar tanto a unos como a otros y que el «asunto catalán» seguirá candente mucho tiempo. Tercera duda. El PP de Casado pasa sus peores momentos por culpa del caso Kitchen, herencia tóxica de la época Rajoy, que sus rivales utilizarán con saña. La tentación de Sánchez es aprovechar el asunto para destruir al PP. Sin embargo, como le susurran en la Moncloa, existe el riesgo de que con el PP fuera de juego se fortalezcan las opciones más radicales a la izquierda del PSOE, una vez esfumado el temor de que gobierne la derecha, porque lo de Vox es imposible. Iván Redondo siempre pensó que el PSOE y el PP se necesitan, incluso ahora, por muy atractivo que parezca a muchos socialistas destrozar a los populares. Sánchez necesita una alternativa de Gobierno creíble a su derecha, que no son ni Ciudadanos ni Vox, para contenerla. No obstante, el presidente, como el personaje de Shakespeare, duda, mientras alguien apunta que Hamlet creía que «nuestros pensamientos –planes– son nuestros; sus finales nada tienen de nuestros». ¡Ojo!