Opinión

Keynesianos, como Nixon

Como en todas las crisis, el pensamiento fofo se arremolina en torno al poder. Descartan cualquier opción liberal, porque, según nos aseguran los sumos sacerdotes del progresismo, el liberalismo es utópico o extremista. Por eso aplauden cualquier expansión monetaria y fiscal, con el pueril entusiasmo de quienes solo ven sus aspectos positivos a corto plazo, nunca sus costes ni sus efectos nocivos a medio y largo plazo. Naturalmente, son todos keynesianos, como Nixon.

Cada vez que hay una crisis, los poderosos alegan que la expansión del poder es lo único que cabe hacer: no hay otra alternativa. Tendrán el aval habitual del mundo académico, de los medios y también de los grupos de presión sindicales y empresariales.

El antiliberalismo del mundo de los negocios ya fue denunciado por Adam Smith en el siglo XVIII, así que no se asombre usted de que le resulte tan difícil encontrar a alguien vinculado con las finanzas y que ose poner un pero a las más irresponsables expansiones de los gobiernos o los bancos centrales.

Se habla de «inyectar» recursos, como si fuera una terapia benéfica, sin que nadie aclare de dónde salen. Lo acabamos de ver con la celebración de un acuerdo europeo presentado como un regalo de las autoridades, cuando es una subida de impuestos a los ciudadanos de la Unión Europea. Una hipótesis que cabría considerar es que los políticos son réplicas de Richard Nixon, que en 1971 dijo que él y todos se habían vueltos keynesianos. Acababa de hacer saltar por los aires el sistema monetario internacional, desvinculando al dólar del oro, lo que se debía a la expansión previa de Lyndon Johnson, entre otros, y que abrió una ola inflacionaria en el mundo, apresuradamente atribuida al petróleo, lo que una vez más salvó a los políticos de la quema.

No había hecho las cosas bien Nixon, tampoco en economía, pero se presentó como el defensor de la moneda americana, la soberanía nacional, y la economía del país. A las tres las había dañado y las dañaría aún más. Pero, claro está, ya era keynesiano.

Y ahora, señora, cuando a usted le digan que no importa el gasto, no importa el déficit, y no importa la deuda, porque estamos en crisis y el Estado debe intervenir, sin que nadie pueda protestar, usted piense para sus adentros: son todos como Nixon.