Opinión
Casado en su dilema
Pablo Casado no tiene un problema. Es el partido popular quien lo tiene. Son las siglas del PP las que corren el peligro real de no salir del fango si la actual dirección de Génova-13 con el presidente de esta formación a la cabeza no consigue pilotar de manea adecuada las turbulencias que golpean a una nave no tan lejos de entrar en «perdida» si no se actúa con decisión. Pablo Casado accedió a la presidencia del Partido Popular con el apoyo indirecto de la militancia y en un proceso de primarias que rompía con todos los cánones del pasado a la hora de hacer frente a una elección de nuevo líder, que siempre padeció el estigma –injusto por otra parte– del presunto «dedazo». No en vano, incluso habiendo ganado el pasado congreso nacional de manera relativamente holgada no pudo escapar desde el principio de su elección a la sospecha de esas «Tutelas» y «Tutías» que en su momento quiso desterrar el fundador Manuel Fraga mientras le cedía a Aznar el timón de la formación. Pues bien, ahora le ha llegado el momento de actuar en consecuencia.
Casado tenía un plan más o menos claro antes de levantarse el secreto sumarial del caso «Kitchen» basado en trufar su oferta como alternativa real de gobierno desde un partido de experiencia en la gestión, con un más que probable desgaste del ejecutivo de Sanchez ante los malos augurios económicos. Todo ello le ha saltado por los aires. El actual líder popular muy probablemente estará invocando aquella memorable frase de Michelle Corleone en el Padrino III «ahora que estaba fuera vuelven a involucrarme». Y sí, le han involucrado como presidente nacional de un partido bajo sospecha, lo que le obliga a mover ficha. Esta vez no sirve el eterno argumento de «unos contados chorizos han actuado aprovechándose del buen nombre del partido», ahora la presunción de culpabilidad apunta directamente a las claves de bóveda de un partido que además estaba gobernando. Ergo, bien haría Casado llegado el caso y siempre prevaleciendo la máxima de la presunción de inocencia, en no descartar tierra de por medio frente a relevantes nombres y apellidos del pasado, aunque duela. La actitud del Rey con su padre tal vez marque por cierto un camino. Seiscientos mil militantes, millones de votantes y la España constitucionalista no se merecen menos. No puede peligrar la alternativa de gobierno.
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