Opinión
La herencia de Trump
En esta vida siempre hay que aceptar ciertos riesgos. Así que voy a exponerme ante Uds. con una predicción: el Presidente Trump no va ser reelegido dentro de diez días; aunque pienso que no dejara fácilmente el puesto pues el horizonte que le espera no es muy alentador. Y esto creo que va a ser, básicamente, consecuencia de su actuación domestica que ha culminado en una catastrófica gestión de la pandemia y provocado una crisis económica galopante que se ha llevado por delante las ganancias precedentes. Todo conducido entre gritos e insultos de «cowboy» impostado. Estimo que la política exterior de esta administración no ha debido influir mucho en la opinión publica norteamericana, pues tanto allí, como en nuestra querida España, los desmanes en la esfera internacional no son la preocupación básica de los ciudadanos. Pese a esto, hoy –con estas líneas– voy a dedicarme precisamente a eso: a intuir cuál puede ser la herencia que va a dejar el Sr. Trump sobre el lugar que ocupan los EEUU en el mundo. Y este lo haré por dos razones: porque el estudio de la acción exterior de los Estados es con lo que prioritariamente me ocupo y porque lo que hagan o dejen de hacer los norteamericanos va a influir decisivamente en todos, incluidos naturalmente los españoles.
Tanto la administración Obama en su día como posteriormente la de Trump, han tratado de centrarse en Asia y el Pacifico occidental. Es el famoso «pivot». Obama utilizó herramientas comerciales indirectas para tratar de contener la vertiginosa expansión china; Trump ha buscado la confrontación económica directa a la que ha añadido la preparación para un choque militar con China. Aunque gane el Sr. Biden las próximas elecciones, este esfuerzo de contención del gigante asiático no va a desaparecer; solo variarán los modales. Posiblemente se intente resucitar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica del 2016 que tan temerariamente destruyó el Presidente Trump al comienzo de su mandato. La sociedad norteamericana y sus dos partidos políticos han interiorizado profundamente el peligro de que China alcance el liderazgo mundial a través de oscuros procedimientos comerciales y del espionaje. Por todo esto, el enfrentamiento continuará con Biden.
El liderazgo mundial de los EEUU, alcanzado tras dos guerras mundiales calientes y otra fría ganada a la URSS, no se sostiene por la voluntad popular sino que es obra de sus elites. Tras los fracasos militares en Asia –especialmente Vietnam– y Oriente Medio el pueblo norteamericano muestra un gran cansancio y decepción con el resultado de las interminables guerras propias del mantenimiento de cualquier Imperio. El tratar de «exportar» el orden liberal a las naciones no europeas se ha demostrado como una empresa mas ardua de lo imaginado y no justifica los sacrificios en vidas y tesoro ante los electores norteamericanos. Así que la globalización – es decir la materialización comercial y cultural del mencionado orden liberal – está en peligro porque un amplio sector norteamericano la culpa de que haya retrocedido su nivel de vida. Al perder el apoyo moral de muchos de estos norteamericanos de a pie la globalización esta teniendo que mantenerse por medios militares –casi exclusivamente– y perdiendo su justificación ideológica: que la libertad es la base de la prosperidad. Algo de este sentir popular es lo que Trump debió captar intuitivamente cuando anunció que se retiraría de todos los compromisos militares, eso sí, sin renunciar a la hegemonía mundial. Para justificar continuar con esta hegemonía – a la que las elites norteamericanas no quieren renunciar– surge oportunamente el enfrentamiento con China como sustituto al sostenimiento de la globalización. Pero sin China no hay globalización posible. Hay que elegir pues entre globalización o enfrentamiento contra los chinos.
Si no logramos unificar la acción exterior europea, estamos condenados a presenciar impotentes la sustitución de la globalización por un enfrentamiento chino-norteamericano no tan solo comercial sino progresivamente militar, que en el mejor de los casos, nos puede dejar la Tierra dividida en dos esferas aisladas y en el peor, una devastación por una guerra entre dos potencias nucleares y con vastos ejércitos.
Se va el Sr. Trump (eso espero al menos). En el interior de su nación deja una amarga división de opiniones que él no ha originado, pero sí ha aumentado. Su política exterior tampoco ha engendrado el problema chino, pero lo ha exacerbado hasta extremos peligrosos para todos, incluidos nosotros, sus maltratados aliados. En todo caso una amarga herencia. El talante del Sr. Biden podrá suavizar los modales con que se persiguen estas tendencias. Pero no las va a cambiar en lo sustancial.