Opinión

Cierres a la carta

Los periodistas estamos ofreciendo un parte diario estremecedor de contagios y muertes por coronavirus, piénsalo bien: solo en las últimas horas, murieron en nuestro país 173 personas. Y mañana, y también pasado mañana, las cifras se repetirán. Cada jornada, el impacto mortal de la COVID equivale al que se hubiera producido en un accidente aéreo sin supervivientes. Me da miedo que esta pandemia se nos convierta en un hecho rutinario. Me da pavor que el desplome de la economía aliente el extremismo. Leo que esta tarde habrá una concentración en Barcelona «contra la decadencia, la ruina, la represión y las medidas del Gobierno». Leo que mañana sábado, en Madrid, se esperan protestas contra lo que algunos denominan «la dictadura sanitaria». «El pueblo está cansado», escriben. Me pregunto qué pensarán al respecto los más de 19.000 sanitarios españoles contagiados en esta segunda ola. Ellos sí que están agotados, en todos los aspectos, y les esperan semanas peores en los hospitales, quizá atendiendo a negacionistas de lo obvio.
El resto del país, entretanto, observa los acontecimientos con temor al contagio y a la ruina económica. Desencantados y desorientados con las decisiones de sus representantes políticos porque, no lo olvidemos, somos un país de 17 almas, gobernados por un Ejecutivo de dos caras. «¿Qué puedes pensar de un presidente que abandona el Congreso cuando la oposición se pronuncia sobre la prórroga del Estado de Alarma? ¿Por qué ese desdén de Pedro Sánchez? ¿Por qué no nos gobernará una Merkel o un Macron?», escucho a mi alrededor. Sánchez puede permitírselo: sabe que tiene los apoyos para que salga adelante el decreto correspondiente y no se esfuerza ya por guardar las apariencias. «¿Qué le pasa a Ayuso con Sánchez?», esto también lo escucho a menudo. Imagina la desesperación de los madrileños ante la batalla de los egos y de quién queda por encima de quién a las puertas de un puente. En esta España de 17 voces, emerge ahora lo peor de la descentralización. Cada Comunidad decide qué cierra y por cuánto tiempo. Todo, ante la mirada de un Ejecutivo cuyo presidente, cansado o quemado, se esconde en el paraguas del Estado de Alarma.