Opinión

Son las emociones, ¡estúpido!

Pedro Sánchez ya lo ha conseguido. En la práctica, tiene asegurado el alquiler de la Moncloa toda la legislatura. Ahora, el siguiente objetivo del líder socialista es conservar el poder un decenio, apoyado mientras sea posible en esa mayoría de Gobierno que tanto agrada a Pablo Iglesias y que aspira –y espera lograr– a hacer inviable la alternancia. Todavía resuenan en el hemiciclo las palabras del jefe de los podemitas a la bancada popular: «Ustedes no volverán al Consejo de Ministros». No era una balandronada, sino una declaración de intenciones. Sánchez ha obtenido, por primera vez, luz verde para unos Presupuestos generales del Estado, pero con el apoyo de quienes, como los filoetarras de Bildu y los indepes de ERC, quieren destruir el régimen, lo que pone en solfa los objetivos de esas cuentas. Por otra parte, por ahora, los Presupuestos no se han discutido en términos económicos sino políticos y todo apunta que avanzan hacia un engendro no ya Frankenstein, sino peronista-kirchneriano, que consiste en mantener cautivos a amplios colectivos y fidelizar su voto.
La ministra de Hacienda, María Jesús Montero ha intentado aplicar una cierta, mínima, ortodoxia, consciente de que las cuentas no cuadran. Ha sido desbordada por los acontecimientos y por el deseo del presidente de contentar a sus socios periféricos –quieren que les paguen las facturas– y por la voluntad no solo de no enfrentarse a nadie, sino de mimar a todos los que puedan quejarse, desde funcionarios y pensionistas hasta transportistas que defienden las bonificaciones del diésel. Los Presupuestos, ante la magnitud de la crisis, deben ser expansivos, pero corren el riesgo, como apunta el Fondo Monetario Internacional, de consolidar gastos para el futuro lo que provocaría ingentes déficits crónicos, la vía postperonista hacia la catástrofe. Es muy fácil aumentar el gasto y casi imposible reducirlo para un Gobierno que quiera permanecer. Es la carta que juega Sánchez, porque «¡no es la economía, estúpido, sino las emociones!». Ahí están los votos. Postperonismo. El problema es que la historia enseña que acaba mal.