Opinión
Y el enemigo éramos nosotros
Pedro Sánchez sigue con sus equilibrios, en un circo multipistas, para conseguir la aprobación de los Presupuestos Generales, su pasaporte para concluir la legislatura. Ayer le tocó ceder ante el PNV y dar marcha atrás en la subida del impuesto al diésel. Tras el acuerdo, real aunque no admitido del Gobierno con Bildu y Otegi, el PNV necesitaba apuntarse un tanto ante su clientela y evitar el encarecimiento de ese carburante es la mejor baza, por mucho que estuviera cantado. Alguien tenía que poner la guinda y lo han hecho los de Urkullu, mientras el gallinero socialista sigue de los nervios por la entente con los filoetarras y por el papel que juega Pablo Iglesias que tensa hasta el extremo la cuerda del Gobierno de coalición, ya sea con una enmienda sobre desahucios o al apoyar al Polisario frente a Marruecos, en plena ola de llegada de pateras a las costas canarias, mientras el gobierno alauí se cruza de brazos.
La gran incógnita es qué hará Pedro Sánchez el día después de obtener el visto bueno a los Presupuestos. Sus partidarios creen que empezará a marcar distancias con Iglesias, con ERC y que, por supuesto, se olvidará de Bildu. Sus detractores, dentro y fuera del PSOE, no lo tienen tan claro. Sánchez, entonces, quizá esté más incómodo al lado de la izquierda radical, entre otras razones, porque tiene pendiente la llegada de los famosos 140.000 millones de euros de la Unión Europea que, como acaba de recordar el eurodiputado de Ciudadanos, Luis Garicano, «tienen condiciones». Además, al margen de la aparente luna de miel, Sánchez e Iglesias saben que su divorcio es solo cuestión de tiempo. El inquilino de la Moncloa, en cualquier caso, el día después de los Presupuestos hará lo que crea que más le convenga para su supervivencia política. Por eso es imprevisible, aunque puede ocurrirle como a Oliver Hazard Perry (1785-1819), héroe naval americano de la batalla del lago Eyre en la guerra contra Gran Bretaña en 1812, que descubrió perplejo que «nos hemos topado con el enemigo y resultó que éramos nosotros mismos». Pedro Sánchez, con todos sus equilibrios, también corre ese riesgo.
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