Opinión

Por supuesto, el Presupuesto

Resignémonos a dar por supuesto que, en los presupuestos de España, siempre ganarán los nacionalistas. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias están eufóricos por que las cuentas públicas «recogen el mayor gasto social de la historia y tienen como objetivo combatir los efectos de la crisis provocada por la Covid-19, la reconstrucción social y económica del país y la transformación de su modelo productivo» según se puede leer en la web de la Presidencia del Gobierno de España. Pero será el nacionalismo, proyecto con voluntad de destruir a la nación más vieja de Europa, quien gane la batalla del relato de los Presupuestos Generales del Estado de 2021, al ser aprobados con el apoyo de Bildu, del PNV y de ERC.

Bildu sabe que necesita apartarse de su pasado sangriento y reafirmarse como fuerza política útil, al imitar el chantaje que tantos frutos dio en el pasado a nacionalistas vascos y catalanes, y para ello se camufla con el apoyo de Podemos, en fuerza de estado. «Han sido días intensos, de muchas llamadas, de intercambio de documentos. Prácticamente sobre la bocina hemos logrado acordar un segundo paquete de enmiendas», proclamaba eufórico el líder del PNV, arrogándose haber conseguido la supresión del impuesto al diésel, nuevas inversiones para Euskadi y obtenía una rotunda victoria propagandística, y humillante para todos, al enajenar los cuarteles militares de Loyola en San Sebastián, expulsando simbólicamente al malvado Ejército español.

Mientras la mayoría nacionalista, socialista y populista impedía, en una reunión de la mesa de la comisión de presupuestos debatir las enmiendas de la oposición, colaban por la puerta trasera dos enmiendas antidesahucios pese a que los letrados de la Cámara habían considerado que podrían no ser de materia presupuestaria. Al tiempo que la portavoz del PP, Cuca Gamarra, denunciaba el veto al debate por parte de los partidos de la coalición gubernamental, el inefable Gabriel Rufián, aprovechando el cordón umbilical que le une con Podemos, anunciaba eufórico que ERC alcanzó un «preacuerdo» con el Gobierno para apoyar las cuentas públicas a cambio de «el fin del control financiero a la Generalitat de Catalunya», la creación de un «comité bilateral» para elaborar una reforma fiscal «justa» y acabar con el «paraíso fiscal de Madrid», al tiempo que amenazaba con poder incluir más peticiones para dar por finiquitada la negociación, y presentarse ante las próximas elecciones catalanas con el botín del chantaje y el sueño inconcluso del referéndum de autodeterminación.

Hace 15 años nació en Cataluña el partido Ciudadanos, inspirado en la tradición ilustrada, la libertad de los ciudadanos, los valores laicos y los derechos sociales, y con el firme propósito de denunciar la ficción política instalada por el nacionalismo en Cataluña y oponerse a los intentos cada vez más indisimulados de romper cualquier vínculo entre los catalanes y el resto de los españoles. En 2017 se convirtió en la única oposición al nacionalismo, con un proyecto liberal, que sin renunciar a su catalanidad de origen reivindica sin complejos la unidad de España como nación de ciudadanos libres e iguales; defendiendo con naturalidad el bilingüismo y oponiéndose a toda forma de nacionalismo identitario. Y parecía que se ponía fin a la política de chantaje. Falsa ilusión, volvemos a estar en manos del nacionalismo, aunque el bueno de Edmundo Bal asegura que Cs pretende seguir negociando con el Gobierno: «Es imposible una foto final en la que estén ERC y Bildu y Cs». A no ser que renazca el proyecto de centro liberal, capaz de pactar a izquierda y derecha, hemos de dar por supuesto que los futuros presupuestos de España, tendrán un victorioso relato separatista.