Opinión

Don Felipe y la proximidad de las instituciones

Se ha retrasado la vuelta de Don Juan Carlos a su país. A pesar de los bulos escatológicos con la que se ha intentado enturbiar la decisión, es una buena noticia. La vuelta de Don Juan Carlos en estos momentos habría acaparado la atención en un momento en el que Don Felipe tiene que dirigirse a su país para ayudarle a comprender el desastre del covid y despejar en algo la crisis política en la que nos encontramos. Necesitamos palabras de consuelo, como las que el Gobierno no sabe pronunciar, y un horizonte de confianza, saboteada por ese mismo Gobierno. El deber de Don Felipe, y lo sabe mejor que nadie, es hacer sentir a los españoles la proximidad de las instituciones y la vigencia de nuestra nación española.

Para ese mensaje, la presencia de Don juan Carlos podía resultar perturbadora. En particular por los movimientos de la opinión pública, dirigida por un Gobierno que quiere cambiar el significado de la Corona –otra parte quiere acabar con ella– y que no hará nunca el menor esfuerzo por arropar la institución, divulgarla o fortalecerla. Nuestro Gobierno está empeñado en acabar con las bases nacionales que lo sostienen y, evidentemente, la Corona es una de ellas. Así que los problemas judiciales de Don Juan Carlos, y la frivolidad, el rencor y la envidia con que se tratan habrían venido a entorpecer la labor de pacificación y de integración que está llevando a cabo Don Felipe. En realidad, habrían venido a colaborar con el Gobierno social peronista en su tarea de zapa.

Otra cosa es que Don Juan Carlos, pasado este momento difícil, deba quedarse fuera de su país. Aunque no del todo oportuna, su deseo de volver ha sido una buena noticia. Indica que Don juan Carlos está dispuesto a afrontar la persecución a la que está siendo sometido. Una vez regularizada la cuestión fiscal, quedan investigaciones pendientes que sin duda, instigadas como están por una Fiscalía a las órdenes del Gobierno, se alargarán años y años. Pero la cuestión no es sólo el honor de Don Juan Carlos, que ya sería bastante. La cuestión es la credibilidad de las instituciones y la necesidad de salvaguardarlas. Eso no se puede hacer desde el extranjero. Hay que estar aquí y, con la discreción necesaria, pero sin fallos ni trampas, plantar cara a la situación.

En realidad, Don Juan Carlos está pagando el hecho de haber sobrevivido a su propio reinado. La abdicación de un monarca no es fácil, en particular porque el nuevo Rey abre, sin remedio, una era inédita: una nueva manera de comprender los problemas, una nueva atmósfera política, una manera distinta de cumplir su oficio y unos usos nuevos, muy distintos de los del reinado anterior. Lo que antes era común pasa ahora a ser excepcional, casi incomprensible. Siempre será muy difícil estar a la altura de esa circunstancia tan especial, que convierte al antiguo monarca en un extraño en su propia tierra. Si el Gobierno tuviera un mínimo de patriotismo, elaboraría, junto con la Casa Real y los partidos constitucionales, una estrategia detallada y ambiciosa para suavizar estos momentos y recuperar parte del prestigio perdido.

Ni que decir tiene que no es ese el propósito gubernamental. Lo comprobaremos, seguramente, en la ley de la que tanto se habla y que al parecer regulará próximamente la función de la Corona. Mientras tanto, Don Juan Carlos, al que tanta gente debe tanto en su país, es un juguete más a la merced de esa máquina de destrozar reputaciones e instituciones que se puso en marcha con la «regeneración», en medio del entusiasmo y el aplauso generales. Es la misma pulsión destructiva que está detrás del linchamiento de Don Juan Carlos y pide «ejemplaridad» cuando quienes lo hacen jamás han tenido el menor atisbo de «ejemplaridad» en sus propias vidas ni en su ejecutoria pública. Los primeros años de Don Juan Carlos en su país fueron terriblemente difíciles. Estos no lo van a ser menos.