Opinión

El belén

¡Claro que va a haber Navidad en el año de la pandemia! Los que quieren aprovechar la circunstancia para eliminarla en aras de la laicidad mal entendida se van a llevar un buen chasco, mayor que el de los pastores de Belén cuando el ángel les anunció aquella noche el feliz acontecimiento. Será una Navidad distinta, más silenciosa y recogida, más austera, algo más parecida a la original. Las ausencias servirán para reafirmar el valor de la familia. Hemos comprendido la fragilidad humana y que no estamos solos aquí. La encarnación de Dios es el acontecimiento más imborrable e imperecedero, el más estimulante.

Yo voy a poner ahora el belén en la entrada de la casa. En el fondo a la izquierda coloco las montañas con troncos de corcho blanqueados de cal como si fuera nieve. Delante he situado al ángel, encargado de anunciar el acontecimiento ocurrido hace unos 2020 años en Belén de Judea. En el centro del pequeño escenario planto el portal del Nacimiento, que es también de corcho, y dentro las figuras de la Virgen y San José con el Niño en medio. A duras penas me caben el buey y la mula. Distribuyo delante hierba verde –el musgo está prohibido– donde pacen las ovejas, cuidadas por los pastores. Hago unos caminos con serrín. Un río de plata cruza el escenario y, sobre él, un puente por el que pasan en sus camellos los tres Reyes Magos. En las montañas sitúo el palacio de Herodes, que, como se sabe, era ferviente partidario de la eutanasia. Este año me olvido de la estrella, porque sirve la conjunción de Júpiter y Saturno.

Mientras coloco las figuras del belén, me vienen a la cabeza las Navidades de mi infancia. Las recuerdo con nieve y carámbanos en los aleros. Sarnago se me antoja lo más parecido a un belén viviente. Las ovejas se quedaban encerradas en la majada situada en los bajos de la casa y yo, a la luz del candil, veía nacer a los tiernos caloyos. En la misa del gallo, con la iglesia congelada, iluminada por las velas –aún no había llegado la luz eléctrica– y envueltos en nubes de incienso, los pastores, vestidos con zamarras, desfilaban en el ofertorio y ofrecían al Niño pan, queso y miel, mientras el pueblo cantaba el villancico tradicional: «Pastores, venid,/ pastores llegad/ a adorar al Niño / que ha nacido ya».

¡Feliz Navidad!