Opinión
Asalto a la democracia
En noviembre tuve la oportunidad de cubrir, para Antena 3 Noticias, las elecciones estadounidenses desde Washington. Recordarás, seguro, las imágenes de los escaparates de las principales ciudades protegidos con maderas, las calles desiertas, la calma tensa. Y unos residentes hablando con cautela de sus quinielas, explicándonos ante la cámara que no querían problemas, que los violentos ya les habían destrozado los escaparates varias veces. En privado, se confesaban escépticos: en sus familias había partidarios de Biden y de Trump. Ese asunto apenas se tocaba, generaba discusiones.
Visto lo visto allí me resulta lógico que, en algún momento, el mundo asistiera a una explosión como la vivida en Washington tras cuatro años de retórica dura, mentiras, violencia racista y enfrentamientos alentados por el presidente Trump, el culpable último de esta situación, el rey de los tuits y del «America First». Sucedió el miércoles, pero la chispa podría haber saltado en cualquier otro momento. El daño ya estaba hecho.
La turba que irrumpió en el Capitolio, todos blancos, no residentes en la capital, procedía de un mitin que, poco antes, había ofrecido el todavía presidente en los alrededores de La Casa Blanca. Mitin en el que Trump siguió negando la victoria del demócrata Biden y avivando el fantasma del fraude electoral. Entre aquellos manifestantes furiosos había individuos vinculados a QAnon y los Proud Boys, dos facciones de extrema derecha que Trump se ha negado a condenar. Había especímenes armados, disfrazados de militares y de vete a saber qué, colándose en los despachos para hacerse selfies faltones, profanando el edificio sagrado de los estadounidenses. Hoy hay un antes y un después del asalto al Capitolio en la historia de Estados Unidos. Hay cuatro muertos, que son cuatro vergüenzas mayúsculas. Hay bochorno colectivo, hay necesidad de apartar a Trump cuanto antes de La Casa Blanca, hay crisis profunda en el partido republicano.
¿Cómo se cose un país fracturado ideológicamente? La misión de Biden es tan urgente como compleja. Pero este episodio también nos deja otra importante lección: el populismo, de izquierdas o de derechas, es el peor enemigo de cualquier democracia. Tomemos nota en España.
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