Opinión

Kraken

El kraken es una bestia monstruosa de la mitología escandinava. Se ha denominado así a cierta teoría misteriosa relacionada con la «estrategia» de Donald Trump para «recuperar» la presidencia de EEUU, que según él le han «robado». Una de sus abogadas defensoras en las decenas de causas judiciales que ha interpuesto (no ha ganado ninguna), Sydney Powell, dijo: «Vamos a liberar al Kraken». Inmediatamente, el nutrido ejército de conspiranoicos, desesperados y crédulos, cuyos componentes identifican torpemente a Trump con la nación norteamericana, se lanzó a pergeñar teorías sobre qué cosa era el kraken. Resulta fascinante cómo Trump ha llevado a la democracia americana –desde su nacimiento, un referente en el planeta– a cotas de degradación nunca imaginadas, mientras era capaz de capitalizar la imaginación colectiva de un nutrido sector de la sociedad, hasta conducirla a la frustración y al delito más tópico, grosero. Desde antes de perder las elecciones, ha suministrado sin cesar a sus seguidores alimento para la ira, la conspiración y el delirio colectivo. Por supuesto, lo ha hecho desde el sillón, residencia y avión presidenciales. Él estaba bien calentito, viendo por televisión la marcha de la vergüenza sobre el Capitolio, mientras un montón de pobre gente, que se cree sus aberrantes desvaríos, se lanzaba a reventar el símbolo de la democracia, siguiendo las instrucciones precisas que él mismo –su líder– les había dado. El kraken parecía una más de las tonterías interesadas que Trump, en su correría equinoccial, lanzaba sin piedad ni sonrojo sobre una Norteamérica precarizada, enferma de Covid-19, cándida y patriótica, que lo venera (como desde siempre se han adorado incluso a diosecillos crueles e implacables). La ha nutrido de acertijos esotéricos, esperanzas pueriles, peligros frívolos y criminales, aspiraciones simplonas e imposibles… Y quizás el kraken era esto: un esperpento terminal, la traca final marchando sobre el símbolo de la democracia para deshonrarlo y destruirlo, la agresión al Capitolio (igual que han hecho aquí sus homólogos populistas). Una demostración palmaria de lo fácil que resulta que el mundo termine controlado por personas que no son probos dirigentes, sino poco más que patéticos antisistema, egoístas incapaces, delincuentes, depravados, locos.