Opinión

Sabios

Crisipo de Solos fue un gramático y filósofo griego, por lo visto de natural bajito y que tenía un inesperado talento para correr que se las pelaba. Estaba muy pagado de sí mismo, con razón. Cierta vez acudió a él uno de sus amigos para pedirle una recomendación: “Quiero que me digas qué maestro es el mejor que yo podría contratar para que se ocupe de la educación de mi hijo”. Crisipo no dudó mucho: “Nómbrame tutor a mí, porque ya te digo que, si hubiese un maestro mejor y más hábil que yo, me iría corriendo ahora mismo a tomar sus lecciones”. Era un tipo prodigioso, del que unos cuentan que murió de un ataque de risa, porque se le ocurrió una chorrada mirando a un burro, y rió tanto su propia gracia que espichó, y otros aseguran que dobló la servilleta después de hartarse de vino en una fiesta, en época de olimpiadas. Ambos finales son dignos de él, y de cualquiera. A pesar de que su ego era mucho mayor que su estatura, el buen Crisipo vivía una vida lo bastante prudente como parar saber qué trabajos eran más convenientes que otros. Por algo era un estoico. Y aunque se especializó en saber defender un argumento y su contrario, no le gustaba meterse en asuntos puntillosos, como la política. Por eso no estaba en absoluto dispuesto a formar parte del gobierno de la República, al contrario que muchos filósofos de hoy, que prefieren un cargo oficial antes que la carga personal del pensamiento. Cuando le preguntaron por qué no intervenía en la cosa pública, siendo como era un sabio, contestó: “Muy sencillo, porque si gobierno mal, me aborrecerán los dioses. Y, si gobierno bien, me aborrecerán los ciudadanos”. La pregunta ahora es: en estos tiempos, cuando no contamos con dioses que amaestren a los dirigentes, ¿gobernar es algo que aprecian los ciudadanos…? Porque, desde luego, el aborrecimiento cívico, consistente y empecinado hacia los gobernantes sí sigue siendo la única manera que tienen los gobernados de desahogarse contra quienes manipulan sus vidas sin ser siquiera sabios o filósofos.