Opinión
Políticos y caraduras
El ministro Illa abandona el Ministerio de Sanidad en un momento nefasto: la curva de contagios del coronavirus avanza en vertical, récord tras récord. Al norte y al sur, los hospitales suspenden sus operaciones programadas, desbordados, y los presidentes autonómicos, impotentes, suplican al Gobierno en vano para que les dé más herramientas para confinar.
En estos días desesperantes de la tercera ola, con peligrosas cepas emergentes y con el invento de la “cogobernanza” desactivado, Illa regresa a Cataluña empujado por el efecto CIS, en un juego estratégico de su partido difícilmente comprensible para una población hastiada de virus y de incertidumbres.
El tiempo se encargará de juzgar debidamente al filósofo, sobre todo cuando se le compare con la persona que le sustituya, en adelante, al frente de esta cartera crucial. Pero los datos terribles de la pandemia en España están ahí. No han bastado su empatía y su dedicación. A principios de enero, al cumplir Illa un año al frente de Sanidad, el Consejo General del Colegio de Médicos le dio un aprobado raspado, concluyeron que al ministro le han faltado “conocimientos y decisiones valientes”. Decisiones como el confinamiento domiciliario urgente, que están reclamando los expertos y el colectivo sanitario.
Queda la sensación de que, más allá del virus, importan las necesidades de un partido (en este caso, el socialista). Y ya que hablamos de políticos, queda también en esta sociedad la decepción profunda con aquellos que se han valido de su cargo para que les administren la vacuna saltándose los protocolos, pasándose por el forro la moral, sabiendo que la vacuna escasea. Frente a un comportamiento así, lo mínimo es dimitir. Eso, nunca menos que eso, es lo que deberían exigir a estos ediles sus respectivas formaciones. La mayoría de esos que han confesado haberse vacunado de coronavirus han sido suspendidos cautelarmente de militancia, pero ojo, eso no implica que hayan abandonado su labor. Menos mal que existen seres a los que agarrarse en este ataque de desencanto, como Juan Ramón Amores, alcalde de La Roda, enfermo de ELA. En medio del trapicheo de dosis al que estamos asistiendo, Juan Ramón alza la voz en las redes sociales para pedirnos que no juzguemos a su gremio por culpa de unos cuantos y que sigamos creyendo, a pesar de todo.
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