Opinión

Éskaton

Puede que estemos en el último tramo. Justo al final de las cosas. Quizá el fin de la historia no ocurrió hace unos años, como predijeron, sino que está pasando ahora. Y tal vez por eso vivimos en esta especie de «performance» amoral producto de la imaginación tecnoburócrata de algún listillo salido de la botella del «marketing» populero (más que populista), que aprobó los créditos de sus asignaturas antes de que existiera el Turnitin, ese programa de detección de plagios que compara los textos que presentan los alumnos con los documentos disponibles en internet y las bases de publicaciones científicas «on line».

Una herramienta que sentencia y condena con la fría precisión, nada compasiva, del algoritmo que ni siente ni padece, ni es sensible a los lloriqueos de cierta alegre muchachada «alumnada», vaga y copista. Antaño, era fácil copiar en los trabajos porque la comparación resultaba difícil, si no imposible.

Ningún profesor podía saber si el alumno había reproducido literalmente las entradas del «Pequeño Larousse». Y, entre otras cosas, los trabajos no importaban demasiado, porque lo que puntuaba eran los exámenes. Pero en estos tiempos de oscuridad y desconcierto, las pruebas escolares se hacen por internet por orden gubernativa, y tanto la copia como el plagio son de obligado cumplimiento.

El que no copia, por correlación, se queda detrás de sus avezados compañeros de rapacería académica, por no hablar de que será nombrado el más pardillo de la promoción. Y no llegará a nada en el mundo del «consulting», y mucho menos del «auditing». Sí…, quizá estemos en el «éskaton» de la historia y la vida sea dirigida por unos petardos con un MBA obtenido en la Universidad de Verano de la FARC. O sea, que las personas no privilegiadas, ni plagiarias ni enchufadas, vivimos inmersas en un desencanto weberiano tremendo.