Jorge Vilches

Evitar el suicidio

Cataluña es como el coche de la escena final de «Thelma & Louise». Sus conductoras lo llevan felices hacia el abismo, mientras el público suelta una lagrimita pensando «Qué bonito». La película, en realidad, es la apología de la resignación y la derrota. Durkheim lo catalogaría de «suicidio fatalista», en el que una persona toma la muerte como liberación. ¿Hace cuánto tiempo vemos que la sociedad catalana se dirige al abismo gracias a unos gobernantes irresponsables que creen que la decadencia total es aceptable mientras se consiga un Estado propio?

Todo lo que ha pasado en Cataluña ha sido una auténtica calamidad desde que el mitificado Pasqual Maragall firmó el Pacto del Tinell, y Zapatero, el causante de la degradación del PSOE, decidieron romper el consenso político basado en respetar la Constitución.

En consecuencia, nada de lo que ocurra el domingo en Cataluña va a ser bueno para la convivencia, la democracia y estabilidad, salvo sorpresa. En el caso improbable de que ganara con mayoría absoluta un partido antinacionalista, una opción que no contemplaría ni Lewis Carroll, tendríamos incendiadas las calles de Cataluña. Si ganan ERC o JxCAT, dos caras de la misma moneda, se sentirán con la legitimidad suficiente como para exigir a Sánchez una mesa bilateral que negocie un referéndum vinculante. Esa situación profundizará la crisis del sistema y romperá la Constitución definitivamente.

La España constitucional se desangra por Cataluña, como se puede ver. El PP puede encontrar el varapalo a la regeneración que comenzó Pablo Casado en 2018, y que su liderazgo sea cuestionado si Vox consigue más escaños. Pero es que Garriga y sus «voxistas» solo pueden proporcionar crítica parlamentaria, «teatro» dirán muchos, y constituirse en la coartada de los nacionalistas. Ciudadanos no es ni una sombra de lo que fue, y Carrizosa, buen tiempo, no es un líder de masas.

El fracaso de Sánchez puede también ser épico: mandar allí a Salvador Illa, uno de los grandes responsables del impacto mortal de la pandemia, y quedarse para vestir santos independentistas. Incluso Pablo Iglesias puede quedar malparado pese a sus sandeces sobre la democracia española, sus palabras sobre los «presos políticos», y los insultos de su partido al Rey y a la Princesa de Asturias. Fracasará y el daño estará hecho.

Todo acaba siendo una cuestión de equilibrio mental. Adam Smith escribió que la prudencia es la madre de la virtud. El prudente, sentenció, no se deja embaucar por el impostor, ni por el pedante presuntuoso ni el demagogo porque lo llevan al abismo con mentiras y desvaríos. Cataluña se dejó embaucar y nos arrastra a todos.

No importa el bloqueo a la hora de formar el Govern. No tener Gobierno no es una tragedia cuando lo constituyen quienes quieren destruir la convivencia, como ocurre con Pablo Iglesias y Podemos en el Ejecutivo español. Un tripartito de izquierdas, compuesto por ERC, PSC y En Comú avanzaría en el rupturismo, y la reedición de uno compuesto por Junt y ERC lo haría igual, pero por otra vía. ¿Qué queda?

Si los dirigentes políticos, me niego a calificarlos de «élite», están decididos a conducir el coche hacia el abismo solo queda la rebelión cívica de la gente común. Es decir; que los catalanes voten sensatez, paz y concordia, que desprecien la falsedad y la locura, porque es una cuestión de inteligencia y moral.

La única posibilidad de aminorar el caos, de restar legitimidad a los rupturistas, es que los votos constitucionalistas, sean al partido que sean, superen el 50%. El reparto de escaños, por esa ley electoral pensada para premiar al nacionalismo, no reflejará esa decisión de los catalanes, pero al menos se habrá desarmado el discurso independentista.